De la honradez a la corrupción

Publicado el 12 agosto 2013 por Nicolau Ballester Ferrer @ColauBallester
De la honradez a la corrupción
Hace 20 años, desde que en 1993 se estrenara “Una proposición indecente”, (dirigida por Adrian Lyne y protagonizada por Robert Redford, Demi Moore y Woody Harrelson), en casi todas las reuniones sociales cotidianas: en el hogar, en tertulias con los amigos/as, en los bares, en la calle,en los colegios, en el trabajo, aparecía regularmente la cuestión suscitada en la película. Y queríamos saber y también opinar sobre ella: ¿Tú que habrías hecho? Casi siempre quedaba en evidencia, después de insostenibles excusas, terapias de autoconvencimiento y renuncia a ciertos escrúpulos, que la mayoría aceptarían la proposición indecente. Las únicas discrepancias estribaban en el precio, que algunos/as encontraban insuficiente, y en el atractivo de la pareja proponente. Detalle sumamente importante.Después se encontraban los que de ninguna manera aceptarían la proposición, dado al amor profesado a su pareja, a sus sólidos principios o, simplemente, por su sentido de la propiedad. Estos defendían la honestidad de sus actos, para los cuales no existía precio alguno que propiciara el arreglo, aún con los simples límites de la imaginación.
En la actualidad, el caché ha caído por los suelos. Los principios morales son de cada vez más laxos, y de cada día son menos los que rechazarían la proposición. De cada vez nos resulta una proposición menos indecente, más defendible, más excusable y sustancialmente provechosa. ¿Es un desprecio a la virtud, un desaire a la lealtad o un reto a la honestidad? ¿O es, quizás, una rendición a la practicidad? Yo me inclino por lo último, puesto que de cada vez las relaciones sexuales están más desmitificadas y algunos valores en alarmante decadencia. La practicidad y el declive de valores morales han inoculado, a la sociedad actual, el virus de la corrupción. Alguien argumentará que España ha sido siempre un país de corruptos, con lo que estoy totalmente de acuerdo, pero no podíamos decir, al menos en los últimos años, que fuera un país corrupto. Ahora sí lo es. Y de ello no tienen ninguna culpa ni Robert Redford ni Demi Moore, aunque no entendiéramos su moraleja.
Permitidme dar un paseo por lashabituales situaciones en las que los felices mortales nos pasamos por la entrepierna todos los principios morales que nos inculcaron nuestros preceptores.
Hemos desembocado en una sociedad que se llena la boca de corrupción cuando habla de los políticos, pero de honradez cuando se dirige al resto de los mortales, no fuera cosa alguien nos incluyera a nosotros también.
Un país no es corrupto cuando una parte de su sociedad lo es, sino cuando la catadura moral de sus ciudadanos está en entredicho; cuando la honradez de sus dirigentes es cuestionada; cuando su prudente y justo entramado legal deja de ser justo y prudente para ser interesado y estar al servicio del poder establecido; cuando su organización administrativa es un caos y llena la vida ciudadana de demoras imperdonables; cuando la separación supuestamente independiente de sus poderes no es tal, y están todos ellos al servicio del partido más votado; cuando la policía sobreactúa comandada por seres tan inhumanos quesólo se pueden comparar con ellos mismos para no ofender a la naturaleza; cuando el desprecio por los servicios sociales humanitarios, el menoscabo de la dignidad individual, el embargo de la enseñanza a los más necesitados, el vilipendio a la sanidad pública, el desdén con los parados, el expolio a los jubilados, el menosprecio a los competentes, la desconsideración con todo el pueblo representado en el Parlamento y el sometimiento a los poderes económicos, internos y externos, son banderas exhibidas por un gobierno adulterado.
Cuando el poder legislativo elabora normas que coartan directamente nuestras libertades individuales, y nos indican paternalmente que es por nuestro bien; cuando se otorga a las empresas patente de corso para despedir libremente; cuando los bancos ven sufragadas sus pérdidas mientras que otras empresas se ven abocadas al cierre y al despido de sus trabajadores; cuando los sindicatos han dejado de ser de clase, para ser siervos del poder establecido, llámese gobierno o entidades financieras; cuando los gobiernos autonómicos son clones o mejor matrioskas del gobierno central; cuando la justicia sólo es justa y ágil con el poderoso e inaccesible para el resto de ciudadanos dado su coste e indefensión ante los costosísimos y larguísimos recursos que pueden sufragarse las empresas ante el ingenuo y desprotegido ciudadano ante la política de hechos consumados.Cuando la corrupción política campa a sus anchas y los corruptos son ratificados en sus puestos, homenajeados y votados nuevamente por mayoría absoluta; cuando el dinero circula a espuertas por delante de gobernantes que al observar la mínima oportunidad para escamotar su merecida cuota no la dejan escapar; cuando los ciudadanos, ante tales desmanes, no hacemos absolutamente nada más que indignarnos; cuando los ciudadanos, ante tales desmanes, sentimos lástima por la oportunidad desperdiciada por el corrupto por incompetente, error que nosotros no habríamos cometido, por supuesto; cuando los promotores más decididos se enriquecieron a costa de los pelotazos inmobiliarios favorecidos por los políticos responsables de las áreas urbanísticas; cuando los menos favorecidos escrituraban sus inmuebles por debajo del importe de venta, convirtiendo una indecente cantidad de dinero en dinero negro, evitando de esta manera que los compradores pagaran impuestos (iva o transmisiones) a la vez que dejaban de pagarlo ellos (sociedades); cuando la inmensa mayoría de las empresas promotoras quebraron y, en cambio, sus propietarios siguen siendo multimillonarios.
Cuando los medios de comunicación se llenan la boca de independencia, equidad, igualdad, libertad, pero renuncian a todo lo anterior por un buen contrato publicitario para apropiarse indebidamente de los derechos de los miserables, de los empleados de estas empresas que han financiado la hipoteca del silencio del medio de comunicación, convirtiendo esa libertad que les llena la boca en la más corrupta y farisaica de las libertades. Cuando los funcionarios y administrativos de menor nivel cobran de las empresas suministradoras los descuentos que éstas deberían realizar a organismo oficial o cobran ciertas dádivas por proporcionarles cierto nivel de negocio.
Cuando los denostados autónomos facturan buena parte de sus trabajos en negro con la connivencia y el interés del ciudadano que se lo ha pedido o incluso exigido. Cuando algunos desempleados cobran el subsidio de desempleo y al mismo tiempo ejercen su profesión de forma fraudulenta y encima consiguen un grado aceptable de aquiescencia por parte de la sociedad. Cuando llegamos habitualmente tarde al trabajo, cuando no evitamos ir por las mañanas al médico, cuando aprovechamos para realizar gestiones particulares, cuando nos tomamos un día de asueto a cuenta de una presunta gripe contagiada en la juerga de la noche anterior, cuando dedicamos excesivo tiempo al desayuno, a los cafés, a los cigarrillos, a estirar las piernas, a las llamadas telefónicas particulares con el teléfono de la empresa, cuando usamos el correo electrónico para usos particulares, cuando nos llevamos unos folios para nuestros hijos, y unos lápices, cuando utilizamos el fax para darnos de baja de Vodafone. 
Cuando nos bajamos canciones, libros o películas por Internet que antes debíamos pagar, pero que alguien ha puesto a nuestro alcance gratuitamente y cerramos los ojos a cualquier objeción. Cuando alguien es capaz de robar nuestros datos personales introducido de buena fe en la Red y utilizarlos a su conveniente necesidad, y a ningún poder legislativo se le ocurre establecer normas y controles eficaces para que esto no ocurra. Que un buen número de indeseables se dedique a contactar con menores en las Redes Sociales amparándose en su anonimato. Que hombres, con apariencia normal, coleccionen millares de fotos de niños y niñas con poses provocativas, para ellos claro. Cuando revisamos las cuentas de los restaurantes o supermercados y reclamamos si hay un error que nos perjudica y la damos por buena si nos beneficia; cuando escamoteamos un bolígrafo o una funda de móvil en unos grandes almacenes o superficies, o después de pesar los tomates y pegar la cuenta añadimos dos o tres más. Cuando cogemos flores de un jardín público o privado como si de nuestro jardín se tratara; cuando paramos el coche y cogemos unos frutos que provocan a la vista desde un huerto ajeno, pero la felicidad de disfrutar de la fruta en su estado original nos hace olvidar que tienen un dueño al que se la estamos arrebatando. Cuando los hijos sisan monedas del monedero que sus padres guardan en un accesible cajón de la cómoda. Cuando dejamos de pagar las multas recibidas por infracciones cometidas, las cuales creemos tener el derecho de cometer pero en absoluto de pagar por ellas. Cuando a todo lo anterior hay que añadirle la delincuencia estructural del país, así como la coyuntural provocada por la falta de trabajo o prestaciones sustitutivas.
Cuando todo lo anterior sucede quizás sólo esté implicada directamente la mitad del país. Entonces podremos decir, sin temor a equivocarnos, que en este país hay corrupción. Pero, ¿podemos asegurar que se trata de un país corrupto?
Téngase en cuenta que el 50% restante de los ciudadanos, los no corruptos,observan la situación con un grado de lánguida resignación, o atacando vehementemente acciones delictivas o agravios inaceptables. Es decir, el 50% de gente honrada ¡no hace absolutamente nada!, más que decir ¡qué mal está el país!, se limita a que le humillen de todas las maneras posibles y es incapaz de levantar una voz, un dedo siquiera para terminar de una vez con esta degradación. Al estar implicada la totalidad de la población no podemos más que afirmar que sí, que España es un país corrupto.
La decrepitud social que afecta a todos los ciudadanos de este país, unos por activos y otros por pasivos, tendrá un final violento si no empezamos a trabajar para evitarlo.
Hay gente honrada en los gobiernos, pero son inútiles puesto que se deben a la lealtad de voto. Por tanto no nos sirven. Se precisa urgentemente de una regeneración de los partidos políticos, ya sea generacional o ideológica. Y no me refiero a izquierdas y derechas, sino a la naturaleza del pensamiento, a la evolución de la raza humana mediante la articulación de la sociedad adecuada a la realidad actual, con nuestras necesidades y compromisos. El mapa político debe reflejar la realidad nacional, por lo que se hace indispensable cambiar el sistema de elecciones. Si estamos hablando de una España plural no debe limitarse a la teoría de las nacionalidades, sino a la preponderancia que los partidos nacionalistas deben asumir en el contexto nacional, incluso los independentistas, puesto que ningún partido que abogue por la paz debe ser desposeído de voz.
Hay gente honrada en organizaciones ciudadanas que no tienen hipotecada su opinión ni su capacidad de acción. Hay agentes sociales cuya independencia debe ser un acicate para levantar la voz. Hay personas, dentro de los medios de comunicación, que son conscientes de los desmanes que sufre la sociedad y pueden y deben denunciarlos. Pero ¿existe voluntad del ciudadano de a pie, para salir de la cáscara de su entorno y comprometerse? Soy pesimista en este aspecto. Existe una parte mayoritaria de la sociedad que vive muy acomodada y esta comodidad les impide ver más allá de su propio ombligo, y si perciben su entorno no sienten compromiso alguno para implicarse. Pero existe otra realidad, mucha gente pasa hambre, los albergues de transeúntes, las asociaciones para mitigar las necesidades básicas de los ciudadanos trabajan a destajo. La Iglesia Católica, por medio de Caritas, otorga ayuda a millares de indigentes.
La población viejacalla, sufre en silencio, se resigna, da la vida por gastada, por malgastada. Esta parte de la población que se hunde entre el lodo de las promesas de garantías sociales que hicieron unos y el caldo putrefacto de un neoliberalismo capaz de abrir un abismo entre las dos Españas: la pobre y la rica. Pero, ¿y los jóvenes? ¡Cuidado!. Cuando la vida deja de tener sentido, cuando se acaba, lleva a la resignación; pero cuando la vida no tiene sentido tan solo empezar a vivirla, lleva a la rebelión, a la revolución. Si se sigue maltratando a los jóvenes impidiéndoles un acceso fácil al mercado laboral; si no se les ofrece un horizonte donde la vida valga la pena ser vivida, no se arrinconarán frente a un televisor esperando la muerte. El gobierno juega con fuego, “Europa” juega con fuego. Setenta años sin guerras es mucho, pero el germen de la pobreza hace estragos cuando se rebela a la soberbia de la riqueza. El derroche desmedido frente a la austeridad irremediable. El futuro especulador frente a la ausencia de futuro. Una España que ostenta frente a otra que sufre. Medio país corrupto y el otro medio autista frente a los acontecimientos.
Atención, pútridos gobernantes. El hecho de haber dejado el país sin referentes morales o espirituales no significa que la expectativa de una vida sin expectativas no pueda ser el detonante que haga ver a la juventud que de ellos depende su futuro, el futuro que no tienen y al que tienen derecho. Y eso, un día, les puede cabrear mucho, y en el otro bando habrá jóvenes que tendrán una vida cómoda, con estudios en universidades privadas, con trabajos en empresas que han despedido a muchos trabajadores y la cuenta de resultados aumentando día a día, y ellos percibiendo incentivos indecentes; pues, cuando unos se cabreen por no tener nada y los otros se acojonen por perderlo todo, sólo puede pasar lo que estamos pensando todos. 
Si a todo ello le unimos un gobierno ausente, desconcertado, incompetente, incapaz, inepto y torpe; como eufemísticamente dirían ellos “de competencia negativa”. Un Mayo del 68 no sería suficiente en España. Cuando vemos que a los estudiantes les endosan el Proceso de Bolonia y se les oye tan solo tímidamente y se les acalla rápidamente puesto que no debiéramos pecar de antieuropeos. “La imaginación al poder” gritaban los manifestantes franceses. En España no se necesita un poder con imaginación, sino un poder con dignidad, con vergüenza torera, con ideales reconocibles y valores que ejerzan de base para un renacer sólido y solidario. “Seamos realistas, pidamos lo imposible” era otro eslogan de los estudiantes franceses. Nosotros no debemos pedir lo imposible, sino ¡hacerlo!, No hay que pedir mucho (en España se suele exigir para no conseguir nada), hay que hacer mucho, hay que pasar a la acción. El movimiento se demuestra andando no pensando, pero yo me pregunto ¿dónde se esconden en España los ideólogos de una revolución de valores? ¿Dónde están los pensadores, los filósofos, los eruditos, los sabios? Si están en uno de los bandos, cualquiera que sea, dejan por mi parte de merecer el calificativo que les he otorgado.
La revolución debe empezar por la Educación, y no me refiero a la formación, sino a la Urbanidad, al respeto, a la elegancia ética y estética, al primer valor moral que aprende un niño, aquello que le aleja del salvaje y le prepara para convivir civilizadamente.Debe seguir en el establecimiento de unos cánones de libertad enfocados desde la madurez, donde la libertad no sea algo con que llenarse la boca, sino un derecho inalienable que comporta obligaciones, de las cuales mucha gente tiene desconocimiento y no las aplica.
Existe una Constitución como marco supremo del ordenamiento jurídico español que se interpreta a gusto del gobernante de turno a efectos de que prevalezcan sus intereses. Evidentemente debe existir quien determine si la Constitución resulta vulnerada, pero los magistrados no pueden ser nombrados por los gobernantes porque queda deslegitimada su independencia. Hay que movilizarse y pedir la separación absoluta de poderes, el cambio del sistema electoral, el sistema de controles presupuestarios, las normas de transparencia de partidos y políticos no determinadas por ellos mismos, sino por especialistas independientes. De la Constitución deberían emanar todas las esencias de respeto mutuo, incluso los principios morales que un país laico debe cultivar, puesto que no todos los ciudadanos tienen fe en una religión que le abastezca estos menesteres. El planteamiento de una sociedad plural del siglo XXI no tiene nada que ver con la del siglo pasado. La ideología de un joven criado en la era de las Redes Sociales e Internet no es la misma que la de sus padres en cuya adolescencia empezaba a irrumpir la televisión. Hay que trabajar para una nueva España en la que se utilice la palabra exacta para decir lo que realmente se quiere decir, que respetemos esta hucha común que son los impuestos, que exijamos el control de su aplicación, pero que censuremos al listo que no aporte su parte. Que la nobleza, la bondad, la responsabilidad, la prudencia, la generosidad, la humildad, el perdón, la lealtad, el amor y todas estas palabras que nos avergüenza nombrar de cada vez más, sean las que rijan los designios de una nueva sociedad, comprometida con la modernidad, las nuevas tecnologías, la formación especializada y los idiomas, pero sostenida con la base educativa y de respeto de siempre, de esta que se ha perdido. 
No rompamos la baraja, cambiémosla por una no marcada y, además, cambiemos de juego. El entretenimiento está asegurado. Nadie debe batirse en duelo por hacer trampas, simplemente porque en un universo educado las trampas no existen.No pensemos si venderíamos el cuerpo de nuestra pareja o el nuestro propio. No pongamos precio a nuestros sentimientos, a nuestras virtudes, a nuestro yo. Si somos capaces de ello, cierto día, nuestra dignidad de ciudadano carecerá de valor alguno y no habrá nadie que invierta un céntimo para su recuperación. Sólo nos quedará tumbarnos en el sofá y esperar a la muerte, viendo a Demi Moore y a Woody Harrelson para recordar cómo se empieza a morir.
Colau