Antes de dedicarme casi a tiempo completo a dar el último repaso a mi novela, leí Control Total, escrita por David Baldacci. Fue publicada en 1997, cuando las redes de la información no habían llegado a ser lo que hoy son: una vorágine que cuando se sabe utilizar para fines criminales, puede servir para casi cualquier fechoría.
Control total tiene un ritmo endiablado desde las primeras páginas; un avión se precipita a tierra como consecuencia de un sabotaje. En él viajaba el presidente de la Reserva Federal. Ciento setenta personas más mueren junto a él, carbonizadas. El motivo: un sucio juego de espionaje de secretos informáticos, cuyos alcances amenazan transformar la red en la que actualmente nos movemos en un arma de doble filo. En realidad, ya lo es; cada vez que accedemos a Internet vamos dejando un rastro que jamás será borrado. Si una persona decide hacernos la vida imposible lo único que debe hacer es entrar a nuestro correo electrónico, y hasta a nuestros archivos personales. Nunca hemos sido tan vulnerables como ahora, y sin embargo muchos de nosotros consideramos la red una herramienta ya imprescindible.
Pero me estoy alejando del tema de esta entrada, en realidad lo que me llamó la atención de la novela mencionada, fue la última página, la nota del autor, dice así:
El avión presentado en las páginas precedentes, el Mariner L800, es ficticio, aunque algunos de los datos indicados en el libro se basan en verdaderos aviones comerciales. Sabiendo eso, los entusiastas de los aviones no tardarán en señalar que el sabotaje del vuelo 3223 está lejos de ser verídico. Los «errores» descritos fueron totalmente intencionados. Mi objetivo al escribir este libro no ha sido el de preparar un manual de instrucciones para causar daño a las personas.
En otro párrafo continúa:
A medida que los ordenadores de todo el mundo queden vinculados a una red global, se corre el riesgo, que aumenta proporcionalmente, de que una sola persona pueda llegar a ejercer algún día el control total sobre ciertos aspectos importantes de nuestras vidas. Y, como se pregunta Lee Sawyer en la novela: «¿Qué pasará si el tipo es malo?»
Siempre me he preguntado si lo que escribimos tiene alguna repercusión en el lector, más allá de lo que significa la lectura como pasatiempo. Recuerdo que cuando leí por primera vez a Hermann Hesse quedé tan impresionada que empecé a ver el mundo de manera diferente. Creía a pie de juntillas que todo era producto de una ilusión, y que mi realidad, la que yo había dado por hecho desde que tenía uso de razón, era un invento de mis sentidos. ¿Cuántos libros habremos leído que nos han hecho reflexionar, creer en algo en lo que antes no reparábamos, o en pensar que tal vez exista algo más que el mundo que nos rodea? Al fin y al cabo el conocimiento proviene de los libros, tenemos una reverencia casi atávica por ellos, y hasta antes de que comenzara a escribir, yo particularmente, creía muchas de las teorías que en ellos se exhibían. ¿Acaso en algún momento no nos hemos parado a reflexionar profundamente sobre nuestro papel en la sociedad, después de leer «1984» de George Orwell? ¿O como consecuencia de El capital, de Marx, el planeta se conmovió en sus cimientos?
Creo que todos los escritores tienen una gran responsabilidad por las ideas que exponen en sus escritos, ensayos, y por supuesto, en sus novelas. El público ha sido influenciable desde siempre, recordemos a Orson Welles cuando hizo salir de sus casas a miles de personas, al relatar por radio un pasaje de La guerra de los mundos, de H. G. Wells, y en esta época en la que parece que ya nos hemos saturado de todo, siguen existiendo seguidores de sectas de las más disparatadas creencias. Es como si la gente deseara creer en algo. No podemos contar con el sentido común de las personas, pues en realidad, son muy pocas las que lo tienen, y no lo digo en sentido peyorativo, yo misma me considero una persona con muy poco sentido común, si no fuese así, jamás habría empezado a escribir novelas, pues no existe nada más lejos del sentido común que pasarse horas tras horas argumentando situaciones que sabemos que son irreales, para que los demás piensen que sí lo son; y por otro lado, están los lectores desean creer que lo que leen es cierto a sabiendas de que es una ficción, es más: si encuentran alguna muestra, por más ligera que sea de que lo que están leyendo no los ha engañado lo suficientemente, se sienten defraudados. Pero existe el peligro que dentro de la miríada de escritores, haya unos cuantos cuyos argumentos, por ejemplo, convenza a buena parte de la población de que la Guerra Santa es sagrada y obligatoria, y que autoinmolarse los llevará directamente al paraíso, ¿no correríamos entonces el riesgo todos de ser objeto de atentados terroristas?
Existe un libro llamado: La anatomía de la brujería, por Peter Haining. En él se describen los rituales seguidos por las sectas satánicas, adoradores de la magia blanca, costumbres y rituales demoníacos, con un despliegue de información espeluznante. Me pregunto cuántos de los asesinos en serie que existen actualmente habrán tomado ideas de este libro. ¿Y qué me dicen de la Biblia? sus millones de seguidores en todo el mundo creen firmemente que es la palabra de Dios.
Ahora, díganme ustedes: ¿Es o no es una gran responsabilidad ser escritor?
B. Miosi