Revista Talentos

De la simetría interplanetaria

Publicado el 09 enero 2014 por Gogol

This is very disgusting. Donald Duck

Apenas desembarcado en el planeta Faros, me llevaron los farenses a conocer el
ambiente físico, fitogeográfico, zoogeográfico, político-económico y nocturno de su
ciudad capital que ellos llaman 956.
Los farenses son lo que aquí denominaríamos insectos; tienen altísimas patas de araña
(suponiendo una araba verde, con pelos rígidos y excrecencias brillantes de donde
nace un sonido continuado, semejante al de una flauta y que, musicalmente conducido,
constituye su lenguaje); de sus ojos, manera de vestirse, sistemas políticos y
procederes eróticos hablaré alguna otra vez. Creo que me querían mucho; les expliqué,
mediante gestos universales, mi deseo de aprender su historia y costumbres; fui
acogido con innegable simpatía.
Estuve tres semanas en 956; me bastó para descubrir que los farenses eran cultos,
amaban las puestas de sol y los problemas de ingenio. Me faltaba conocer su religión,
para lo cual solicité datos con los pocos vocablos que poseía -pronunciándolos a través
de un silbato de hueso que fabriqué diestramente-. Me explicaron que profesaban el
monoteísmo, que el sacerdocio no estaba aún del todo desprestigiado y que la ley
moral les mandaba ser pasablemente buenos. El problema actual parecía consistir en
Illi. Descubrí que Illi era un farense con pretensiones de acendrar la fe en los sistemas
vasculares (“corazones” no sería morfológicamente exacto) y que estaba en camino de
conseguirlo.
Me llevaron a un banquete que los distinguidos de 956 le ofrecieron a Illi. Encontré al
heresiarca en lo alto de la pirámide (mesa, en Faros) comiendo y predicando. Lo
escuchaban con atención, parecían adorarlo, mientras Illi hablaba y hablaba.
Yo no conseguía entender sino pocas palabras. A través de ellas me formé una alta
idea de Illi. Repentinamente creí estar viviendo un anacronismo, haber retrocedido a las
épocas terrestres en que se gestaban las religiones definitivas. Me acordé del Rabbi
Jesús. También el Rabbi Jesús hablaba, comía y hablaba, mientras los demás lo
escuchaban con atención y parecían adorarlo.
Pensé: Y si éste fuera también Jesús? No es novedad la hipótesis de que bien podría
el Hijo de Dios pasearse por los planetas convirtiendo a los universales. Por qué iba a
dedicarse con exclusividad a la tierra? Ya no estamos en la era geocéntrica;
concedámosle el derecho a cumplir su dura misión en todas partes.
Illi seguía adoctrinando a los comensales. Más y más me pareció que aquel farense
podía ser Jesús. “Qué tremenda tarea”, pensé. “Y monótona, además. Lo que falta
saber es si los seres reaccionan igualmente en todos lados. Lo crucificarían en Marte,
en Júpiter, en Plutón..?”
Hombre de la Tierra, sentí nacerme una vergüenza retrospectiva. El Calvario era un
estigma coterráneo, pero también una definición. Probablemente habíamos sido los
únicos capaces de una villanía semejante ¡Clavar en un madero al hijo de Dios..!
Los farenses, para mi completa confusión, aumentaban las muestras de su cariño;
prosternados (no intentaré describir el aspecto que tenían) adoraban al maestro. De
pronto, me pareció que Illi levantaba todas las patas a la vez (y las patas de un farense
son diecisiete). Se crispó en el aire y cayó de golpe sobre la punta de la pirámide (la
mesa). Instantáneamente quedó negro y callado; pregunté, y me dijeron que estaba
muerto.
Parece que le habían puesto veneno en la comida.

Julio Cortazar

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