Yo si que fui a votar, y no hice el arduo (y admirable) trabajo de campo de Ana de leerme varios programas electorales para elegir el que más me convencía. Yo suelo votar con el corazón en una mano y cierto inocente deseo de utopía en el otro. A veces ha estado a punto de vencerme el desanimo, y otros la pereza, pero reconozco que no puedo quedarme en casa viendo como otros deciden por mi, sobre todo porque yo soy muy de quejarme si se hacen mal las cosas (o a mi me parece que se hacen mal), y me quedo más tranquila con mi pequeño voto discordante.
No obstante respeto muy mucho la abstención como postura política activa, como tan bien la definió Ana, y no tanto como ese “me da igual”, “para lo que sirve” y “son todos iguales” en lo que muchos se escudan para ni siquiera tomarse la molestia de comparar y decidir.
Pero hablemos del resultado, que es lo que de verdad importa. Hacía muchas elecciones que no me gustaba tanto un gráfico como el que dibujaron este domingo todas las cadenas, hubiera preferido menos rojo y azul todavía, pero algo es algo y todo es empezar.
Había mucho color, tanto casi como en la vida real, esa que desconocen los políticos asentados en los grupos mayoritarios y que por primera vez han visto peligrar su hegemonía absoluta y egoísta. Y por primera vez los he visto nerviosos, unos alardeando de victoria con la boca pequeña por ser el partido más votado (con algo hay que consolarse cuando se han perdido 8 escaños y unos dos millones y medio de votos) y los otros entonando el mea culpa con espíritu de enmienda que pocos ya creen.
Porque ambos partidos, los dos grandes, estaban tan convencidos de seguir ostentando los dos primeros puestos que se han pasado la campaña tirándose de los pelos entre ellos, como si no tuvieran más competencia. Que si Elena Valenciano esto, que si Cañete lo otro… los demás partidos eran tan insignificantes para ellos que ni siquiera se molestaban en desacreditarlos. Hasta el domingo.
De pronto, uno de ellos, ese partido “niño prodigio” del que no se esperaba más de un escaño a nivel anecdótico, ha conseguido que más de un millón doscientas mil personas confíen en él, y además lo ha hecho sin necesidad de llenar estadios ni plazas de toros con autobús y bocadillo pagado a los militantes para que en las noticias salgan los líderes jaleados por sus enfervorizados seguidores. No, apenas doscientos mil euros donados por medio del crowdfunding frente al par o más de millones de euros gastados por PP y PSOE, dudosamente conseguidos.
Y se han asustado tanto que llevan desde el lunes desacreditándolo por todos los medios posibles. Que si ganan este país va a ser una república bolivariana, que si están financiados por Irán, que si apoyan a ETA, que si su portavoz no se ducha, que cuidado que vienen los rojos… llevo una semana oyendo tantas tonterías que atentan contra el más mínimo sentido común que me han hecho pensar que quizás me equivoqué y tenía que haber votado a Podemos, por hacerles rabiar un poco más.
Eso si, se están defendiendo tan bien, y les están haciendo tanta publicidad gratuita que les auguro un gran futuro político. Si siguen así, van a conseguir que en las próximas elecciones doblen sus resultados, y eso si será gracioso de ver.
Tendrán que volver a recordar lo que es gobernar pensando también en los demás, que al final del recuento, somos mayoría.