Revista Diario

De lavadoras vacías y teléfonos que comunican

Publicado el 12 enero 2011 por Rizosa
Hoy venía dispuesta a ponerme emotiva y triste.
Podría contaros la historia de un superperro. Un pastor alemán que vivía durante la Guerra Civil en la fábrica de armas de Toledo.
Se hizo fiel amigo de un muchacho de 15 años al que habían dejado huérfano a base de disparos y que ahora tenía que hacerse cargo de sus 7 hermanos menores. Un chico llamado Ramón que bautizó a su nuevo amigo peludo como Cholo.
Chico y perro se hicieron inseparables, y juntos superaron una época triste y gris en la que el aire olía a pólvora y no había tiempo para lágrimas ni lamentos.
Podría relataros con pelos y señales cómo Cholo seguía siempre de cerca a Ramón en sus paseos por Toledo, vigilante y protector. Cómo aquella tarde de verano en la que Ramón se sintió con fuerzas y ganas de cruzar el Tajo a nado sufrió un calambre en mitad del río, que llevaba bastante fuerza y le hacía asustarse más y más cada segundo. Cómo con un sólo silbido Cholo se lanzó al agua y llegó hasta su "dueño" nadando, permitiendo así que el muchacho se agarrase a su lomo para finalmente salir del agua, sanos y salvos.
Podría narraros en tono emotivo el abrazo gigante que Ramón le dio al perrito, prometiéndose a sí mismo que cada perro que tuviese en el futuro se llamaría Cholo, en honor de su héroe personal.
Podría... pero no lo haré, porque este post es para Cholo II, mi perro.
Un setter inglés precioso que ha vivido una plácida y feliz existencia de 16 años, casi un Matusalén perruno.
Un perro que le compramos a mi abuelo, Ramón, cuando se quedó viudo y necesitaba fuerzas para salir adelante. El único que fue capaz de hacer que mi abuelo recuperase las ganas de vivir y que le hizo salir a pasear tres veces al día por el barrio. El que consiguió que Ramón hiciese mil amigos nuevos: otros dueños de perros que se sentaban a charlar con él en el parquecillo. El que recibía todos sus mimos, sus cariños, sus detalles, sus atenciones. El que se dormía en el regazo de su dueño con la cabeza hacia el mismo lado y roncando a la misma vez.
Un segundo Cholo que salvó la vida de Ramón por segunda vez. El que seguramente más echó de menos a mi abuelo, cuando se fue.
Y si no me da la gana hacer un post triste es porque mi Cholo ha sido siempre un cachondo; supongo que le viene de familia.  Se hizo experto en camelarnos a todos y de gastarnos bromas, como por ejemplo descolgar el teléfono cuando le dejábamos solo o vaciar la lavadora desparramando los calcetines baboseados por la casa, por el mero placer de hacerlo.
Pero luego nos planta su mirada de Bambi y nos mueve el rabito y ale, todos sonrientes y dándole mimos.
Ha sido capaz de ablandar el carácter más duro del planeta: el de mi padre. Él solito, sin nadie que le eche un cable, ha conseguido que papá le preparase tortillas de patata y jamón para cenar. Que le subiese a su cama para echarse la siesta. ¡Su cama!
Fue la razón por la que mi canal del #irc se llamase Málaga-Cholo. De que mi famila veranease siempre en casas con jardín. De que yo conozca el olor de cada comida de perros del mercado. De que me gastase mi sueldo en comprar mantitas y pelotas. De que escribiese posts como este. De que cada vez que llamaba a casa, cuando vivía en Barcelona, lo primero que hiciese fuera preguntar por él. De que mamá durmiese en el suelo cuando te operaron y no te podías levantar ni para beber agua. De que cambiase de zapatillas cada invierno porque al final terminaban todas destrozadas a base de babas y mordiscos. De mis mimos más ñoños. De felicitaciones de Navidad peludas. De que en mi móvil siempre apareciese su foto de fondo de pantalla. De que la única foto que me llevase a Barcelona fuese la suya, enmarcada. De que aprendiese a jugar al escondite con un perro. De que mi primo Rubén descubriese el significado de "perro bueno" al acariciarte. De que le crease un perfil en facebook a alguien que ni siquiera teclea. De que les hablase de ti a mis ex como si fueses el hijo mío que tendrían que amar si querían ganarse mi confianza. De que yo regalase a alguien mis preciados peluches. De que muchos otros dueños de perros me envidiasen porque el mío es más bonito que el suyo. De las risas de los vecinos al verle perseguir palomas y gatos, sin éxito. De las fotos más absurdas del mundo, posando como un verdadero modelo sin sentido del ridículo ninguno:
De lavadoras vacías y teléfonos que comunican
De lavadoras vacías y teléfonos que comunican
De lavadoras vacías y teléfonos que comunican
De lavadoras vacías y teléfonos que comunican
De lavadoras vacías y teléfonos que comunican
De 16 años de sonrisas, de abrazos, de paseos, de lametones, de caricias.
Fuiste un campeón y no te olvidaré nunca, Cholo II. Yo siempre quise tener un perro de niña, pero tú rompiste todas mis expectativas.
Cuídate mucho allá donde vayas a partir de ahora (diles que te bañen al menos una vez al mes, malandrín) y recuerda: como sigas descolgando teléfonos te regañarán. No me dejes mal, eh.
¡Muaks!

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