Su cuerpo se desmoronaba a pedazos y cada mañaba debía limpiar lo que dejaba a su paso. Temía el día en el que sus dimensiones alcanzaran las de una sombra. Pero para entonces, difícilmente contaría con la cordura suficiente que le permitiese darse cuenta de la realidad.
Comenzó aquella penuria el día que decidió dejar a su mujer plantada en el altar. Estaban todos los invitados dentro de la catedral y había visto, por una pequeña ventana, que el coche que la traía a ella había aparcado frente a la fachada.
De repente sintió un nudo en el estómago, una sensación de horror lo embargó por completo y tuvo la imperiosa necesidad de salir corriendo por una puerta trasera. Saltó un tapial y se escapó por el patio de la casa de al lado.
Tomó un taxi en la esquina y pidió que lo acercaran a la terminal de ómnibus. Compró el boleto hacia el destino más distante y no miró ni por un segundo a través de la ventanilla.
De eso habían pasado seis meses. Al día siguiente de la fuga, perdió el primer cabello. Luego fueron las uñas, una a una. A eso, siguió la piel. Hacía tres meses que no salía del pequeño apartamento que alquilaba con los pocos ahorros que había sacado del banco.
Los médicos no supieron que decirle. Los estudios no revelaban nada. Le preguntaban si había estado de viaje, si había pasado por algún shock emocional... pero él contestaba a todo "no".
Aquella mañana, a los tropezones, caminó hasta el teléfono. Se había decidido a llamar a la mujer con la que se iba a casar. Estaba seguro que se moría y sentía la culpa sobre la espalda. Ni siquiera se preocupó por los restos de su cuerpo que quedaban atrás.
Le contestó su suegra. Fue fría y directa. Su hija había muerto de pena aquella misma noche. Y lo que le sucedía a él, no era otra cosa que una brujería.
- Pagarás cada lágrima con un pedazo de cuerpo y cuando ni eso alcance, tu alma se desmembrará en el mismísimo infierno.
Colgó, dejándose caer al suelo. Estaba temblando. ¿Ella había muerto? ¿Se podía alguien morir de pena? Quiso llorar pero no pudo, los lagrimales los había perdido hacía unos días. A duras penas gateó hasta su cama y se tendió a esperar la muerte.
Cuando ésta llegó reconoció en su figura al desalmado que había causado seis meses atrás, que tuviese que ir por una joven hermosa, destrozada por el amor que no fue. Y la muerte, entonces, optó por ignorarlo.
- No volveré por tí, jamás. Te despedazarás pero no morirás. Y así sufrirás por siempre.
El hombre o lo que quedaba de el, perdió toda esperanza. Tenía la eternidad por delante para descifrar por qué había escapado. Sin embargo, las respuestas a veces lo único que hacían era darle la razón a los demás. Perdido por perdido, escogió seguir siendo el egoísta de siempre y volvió a huir, esta vez de su propia mente.