Mi hermano y yo desde pequeños siempre hemos estado muy unidos; aunque por nuestros distintos caracteres nuestra relación siempre ha sido de amor/odio. Héctor desde pequeño nunca ha sido un buen estudiante y nada más terminar la Educación General Básica se dedico de pleno a coger las riendas del negocio familiar. Eso sí. Siempre ha sido muy dominante a sabido lo que ha querido y lo ha conseguido, también por su carácter es bastante egoísta y es una de las cosas por las que siempre hemos discutido.
Cuando mis padres se separaron nosotros nos fuimos a vivir juntos a su piso que le correspondía por herencia. Allí estuvimos viviendo mientras llevábamos el negocio familiar, por mi parte aguantándolo durante doce años y digo aguantándolo porque las decisiones las tomaba básicamente él, no percibía ningún salario por mi trabajo y encima trabajaba en un oficio que no me gustaba.
Tampoco eran todo ratos malos, no he de negar que también disfrutaba de la compañía de mi hermano, sobre todo cuando nos tomábamos tres semanas de vacaciones a primeros de Octubre y nos preparábamos el Renault 19 con la tienda de campaña tipo canadiense, abatíamos los asientos traseros y nos disponíamos a cargarlo de todos los enseres necesarios para ir de acampada.
Camino de Santiago
Valle de Arán
El último año de mi estancia con mi hermano, hicimos unas vacaciones especiales. Corría el año 1998 y queríamos irnos a Cuba de vacaciones mi Hermano Héctor y yo solos. Así pues nos informamos de los trámites y obtuvimos los pasaportes, posteriormente los billetes, estaríamos cinco días en La Habana y oros cinco en Varadero en régimen de pensión completa.
Llegó el día y embarcamos en Madrid con destino a La Habana, fue un viaje de 12 largas horas en régimen turista. Cuando llegamos lo que más nos sorprendió fue el cambio de clima, enseguida notamos la humedad del ambiente y el calor asfixiante. Teníamos un porteador con nuestro nombre anunciado en un cartel que nos llevó en taxi a nuestro hotel. El coche era una reliquia americana de los años cincuenta que todavía funcionaba a la perfección y es que si los cubanos se han tenido que amoldar al embargo económico americano lo han sabido hacer a su manera. A mí me encantaban este tipo de autos que tan solo había visto en las películas y poder recorrer las calles de la habana viendo las fachadas de estilo victoriano (eso si en muy mal estado) no les vendría mal una mano de pintura,
Llegamos al hotel y nada que ver con la miseria que habíamos visto por las calles, aquello estaba hecho para y por los turistas. Nos dijeron desde el principio que estaba prohibido entrar cubanos en el recinto. Nos llevaron a nuestras habitaciones y pudimos sentir el ambiente del aire acondicionado y aunque sencillas tenían todo lo imprescindible como en cualquier habitación de hotel, excepto televisor
Salimos a recorrer la ciudad y enseguida se nos ofrecieron mil y un “carros” que te hacían el recorrido por un precio estipulado de antemano, además te hacían de guías también. Aunque la moneda nacional era el peso cubano ellos preferían cobrar en dólares estadounidenses. Al principio caímos como novatos y pagábamos lo que nos pedían, al final nos dimos cuenta que allí había que regatearlo todo, sino te “sacaban hasta las muelas”. La primera carrera la concertamos por 20 dólares, un recorrido hasta la Habana Vieja donde nos dejaría para más tarde recogernos.
La Habana Vieja
“La Bodeguita del Medio”Al día siguiente se empeñó el taxista en llevarnos a la playa, fuimos a la playa más cercana a la ciudad y aparte de tomar el sol también nos encontramos con dos jineteras más que no se despegaron de nosotros en toda la tarde. Lo cierto es que las cubanas son bastantes alegres y simpáticas y pasamos una tarde muy agradable con ellas pero se quedaron muy desilusionadas cuando al finalizar no las llevamos con nosotros, aunque nos mostramos generosos con ellas, sabiendo y siendo conscientes de las necesidades por las que pasan ellas y sus familias.
El resto de días los pasamos descansando en el hotel, tomando el sol en la piscina y aprovechando el “todo incluido” del que disponíamos.
Al quinto día vino un autobús para llevarnos hasta Varadero.
Playas de Varadero
Allí nos alojamos en nuestro hotel residencial con “todo incluido” y nos ofrecieron como atracción turística hacer submarinismo. A lo que nos apuntamos nos dieron unas clases teóricas y una primera clase práctica en una piscina antes de embarcarnos en un bote que nos llevaría hasta el arrecife de coral. Allí conocimos a dos guapas chicas una japonesa “Kisara” y una norteamericana “Jennifer” que afortunadamente hablaban perfectamente español. Al principio fuimos un poco tímidos con ellas, todo lo contrario que la tripulación del barco que no hacían más que “tirarles los trastos”. Descendimos bajo el agua con el monitor y ahí empezaron los escarceos. Previamente había quedado con mi hermano que a mí me interesaba la japonesa, a lo que me dijo que no había ningún problema.
Cuando terminó la excursión les propusimos salir a cenar con ellas a lo que se mostraron encantadas. Fuimos a un restaurante y pedimos langosta que es a lo máximo que se puede aspirar a pedir en Cuba. Estuvimos cenando distendidamente y pedimos algún licor para entonar el ambiente. Más tarde solicitamos un taxi y nos fuimos a una discoteca típica del lugar. Allí se fue caldeando el ambiente y entonces mientras Kisara y yo estábamos bailando juntos me preguntó si tenía “protección” le pregunté que si tenía ¿“condón”?, ella dijo: “Eso”. Le dije que me esperara y me fui donde mi hermano y le pedí un par. Entonces me dijo que se lo iba a proponer a la americana y que podíamos pedir un taxi e ir los cuatro al hotel. Y así lo hicimos, al fin y al cabo en los hoteles no dejan entrar cubanos pero no dicen nada de turistas.
A la mañana siguiente desayunamos juntos y les acompañamos a su hotel pasamos el día con ellas en su hotel que era más lujoso que el nuestro, almorzamos con ellas y cenamos la última noche con ellas, pues ellas se tenían que regresar a la mañana siguiente.
Nos intercambiamos las direcciones de email, pero al cabo del tiempo perdimos el contacto.
Nunca olvidaremos aquellas dos criaturas que conocimos inesperadamente buceando en Varadero hace 13 años.
Es por ello que con mi hermano Héctor he pasado mi juventud y he llegado a pasar los mejores momentos de mi vida, también me ha dado muchos disgustos y he discutido bastante con él, fundamentalmente porque somos como el agua y el aceite, somos totalmente incompatibles. Pero a la hora de la verdad, en los momentos importantes, cuando le hace falta a uno echarle una mano, el nunca me la a negado.