Ver amanecer desde el tejado siempre le había gustado. Hacía tiempo que no subía, la vida no le dejaba, o eso se decía.
Tenía frío.
Observó en silencio la agonizante oscuridad. Lo cierto es que temía estar solo, enfrentarse con su ser. Y bajo la luz del sol naciente, todo se ve demasiado bien.
Había pasado demasiados meses huyendo de las preguntas, acallando su espíritu inquieto. Viviendo sin vivir, matándose sin morir del todo. Había hecho daño a todos los que le querían, frustradas fueron las esperanzas en él depositadas. Mucho había cambiado en poco tiempo, y ,sin embargo, allí de nuevo el sol salía.
Puntual, aparentemente inmutable, la luz avanzaba poco a poco.
Sintió el calor en sus mejillas, cerró los ojos y suspiró. Lloró de cansancio y de amargura. Se dejó mecer por la luz de la aurora. Allí estaba él, de nuevo, como tantas otras veces, delante de su sol, del astro ardiente. Había llegado su hora, el nuevo día. Luz de nuevo, rayos de esperanza. Regalo del cielo, nuevo comienzo.