Esta es una anécdota en partes: la 3a en la saga de la Señora W. y también la 14a en la saga del Dr. Kovayashi.
< No dormirás | Continuará…
¡Con qué facilidad caían W. y Rómulo en el mutuo reproche! No bien quedaron solos en el pasillo, solos ellos y sus almas, comenzaron a lanzarse frases lacerantes. Él, desconfiado, casi temiendo de antemano por lo que, intuía, le sucedería en esa casa de locos si no huía, le recriminaba a W. su rechazo a los médicos tradicionales: “Otra que pesadillas… Este estúpido no puede curar ni un mate.” Mientras tanto, ella lo tomaba por el codo y le recordaba, a su manera, facetas execrables de su personalidad: “¡Siempre el mismo pedazo de cagón, vos!” En ese momento, la intensidad de las luces disminuyó hasta ser penumbra, y enmarcado en un aura verdosa al final del corredor, la pareja advirtió el rostro adusto de Daibushi.
De súbito, el humor de Rómulo mutó del temor a la alegría por sólo haber visto a Daibushi, y fue entonces cuando su esposa lo azuzó para ponerlo en marcha. “¡Ahí está, Rómulo!… ¡Vamos, movéte!” Tanto entusiasmo le imprimió a su grito que Rómulo empezó a caminar. No obstante, sólo pudo llegar hasta la altura de la primera puerta, donde tropezó con algo que lo puso de bruces contra la moquette. Al incorporarse, dolorido pero a la vez intrigado, se encontró con un homúnculo contrahecho y regordete, no más alto que su ombligo, que al verlo recuperar la vertical comenzó a bailotear y a reír como un arlequín.
_ “Caramba, caramba, caramba…”, les dijo con tono de regaño mientras hacía oscilar su índice en señal de desaprobación. “Mis nuevos amigos no quieren perder ni un segundo. Hmmmm, eso no está bien… Permítanme presentarme: yo soy El que era el Cardo de Flores.” Y habiendo dicho esto, volvió a reír groseramente pues había conseguido reconocer el miedo en las caras de Rómulo y W. Luego prosiguió. “Tontos, han logrado enfadar a Daibushi. Ahora, lo mejor que pueden hacer es entrar a este… cuarto y empezar de inmediato con el tratamiento.”
_ “Hasta acá llegué, señores. Este cuerpito se va”, dijo Rómulo, ofuscado. Mas al dar la media vuelta, El que era el Cardo de Flores emergió frente a él como de la nada. Había aumentado su volumen corporal y sobrepasaba a Rómulo como en tres cabezas. Su postura era desafiante como la del Cancerbero, y al ubicarse tan cerca, Rómulo y W. vieron que estaba completamente desnudo y que de su cuerpo peludo protruían sus miembros cual los de un sátiro griego.
_ “¡¡Quieto ahí!!”, le gritó, y al ver que la situación estaba controlada recuperó su tamaño original mientras les decía con dulzura: “Quédense tranquilos, en esta casa no hallarán mejor amigo que yo.” El que era el Cardo de Flores había logrado sumir a Rómulo y a W. en un completo desconcierto, aun cuando ignoraban todo lo que les faltaba vivir a lo largo del tratamiento. Con un ademán circular de su brazo, el contrahecho hizo que el pasillo rotara al estilo de las viejas mesas giratorias del ferrocarril que derivaban a las locomotoras hacia distintos galpones. Así, Rómulo y W. quedaron ante la primera puerta del pasillo, que estaba abierta. “Después de ustedes…”, les dijo El que era el Cardo de Flores, pero cuando ellos entraron cerró la puerta y los dejó completamente solos y a oscuras.
Un viento helado castigaba la piel de W. y de Rómulo, quienes, ateridos y a tientas cual ciegos, sentían bajo sus suelas el blando crujir de la arena. Nunca se hubieran imaginado que en ese mismo momento el Dr. Kovayashi volaba hacia una playa del norte de Brasil. La Señora W. abrazó a su marido y le confesó al oído “Tengo mucho miedo…”, y a pesar de que por toda respuesta recibió un insulto, sabía muy bien que la sangre de su marido estaba saturada de adrenalina. Amanecía. A lo lejos, la claridad del nuevo día hacía visible la línea quebrada del horizonte. Poco a poco, el cielo se fue volviendo más y más celeste, y una hora después W. y Rómulo comenzaron a trepar por la ladera de una gran montaña. La montaña de Daibushi.
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