Revista Talentos

De pistolas y rosas

Publicado el 30 agosto 2014 por Perropuka

De pistolas y rosas
Definitivamente, vivimos en una sociedad inmersa en la locura. Donde el sentido común se parece cada vez más a una debilidad del carácter: la prudencia, la mesura, la conciencia del peligro, son propios de gente timorata, aburrida y cobardona. El mundo es de los arriesgados, de los intrépidos, de los capos y machotes, de los amantes de “experiencias fuertes”, como le llaman a cualquier iniciativa disparatada que pone en riesgo la propia vida o la de los demás. Particularmente, no me conmueve que un valentín de esos, en busca de alguna prueba personal, se rompa la cresta y pase a ser comida de los gusanos. Si la gente quiere desafiar a la muerte está en todo su derecho, siempre y cuando no se afecte a terceros, especialmente a los más vulnerables como los niños. Permanece todavía fresco el caso del famoso “cazador de cocodrilos” que irresponsablemente expuso a su hijo de pocos años ante un magnífico reptil de esos, y que al parecer no aprendió la lección, ya que un tiempo después, la sabia naturaleza castigó su temeridad otorgándole pasaporte a la otra vida. 
Leo con estupefacción que hace poco una niña de nueve años mató accidentalmente a su instructor de tiro. Es prácticamente normal que en alguna parte del planeta ocurra frecuentemente una desgracia por manipulación negligente de armas de fuego. Tener armas en casa es como criar una criatura venenosa, el riesgo es inherente, por muy cuidadoso que se sea. Pero el caso de la empresa “Bullets and Burgers” ronda la esquizofrenia. Para empezar,  a quién se le ocurre montar un negocio de ese tipo, donde ir a disparar sea también parte del fast food: pase, coma como chancho y luego vaya a soltar unos tiros a la parte de atrás. Satisfacción garantizada. Pura adrenalina de idiotas. Encima, el agravante de tener el negocio al alcance de los niños, como si de una fiesta a lo Disney se tratara. A qué mente retorcida se le ocurre poner en manos de una niña una metralleta como una Uzi y, lo que es más terrible, qué clase de padres llevan a sus hijos a un sitio así, alentándolos desde tan tierna edad a la tentación de matar, aunque sea figuradamente. Si hasta tienen la boludez de filmar la “hazaña” de su hijita para mostrarla a los familiares, con todo orgullo, seguramente.
En el colmo del absurdo, el dueño del restaurante se justifica afirmando que el instructor era “un tipo muy profesional y concienzudo”, con los quilates de un veterano de guerra para mayor garantía. Al final, el guerrero tan experimentado, no había sido tan concienzudo como para poner unos dedos tan frágiles en el gatillo de un arma que dispara ráfagas. No extraña que se haya desatado el infierno para esa infeliz criatura que quedará traumatizada de por vida.  Singular es la sociedad norteamericana, imbécil como pocas y autodestructiva. Luego llueven las masacres perpetradas por adolescentes. Para rematar la insensatez, la mayoría se opone al control de armas y sigue coleccionándolas como juguetes.
¿Y las rosas?...eran (simbólicamente, ya sé que suena algo cursi) para una flaca que me tiene al borde de la locura desde algún tiempo. El destino me la puso como regalo inopinado a dos días de otro inevitable cumpleaños, luego de semanas, tal vez meses, sin verla en el minibús de siempre. Esta vez estuve a centímetros de sus rodillas, con la mirada en diagonal, pero apenas tuve la valentía de mirarla de reojo. Si hasta tuvo la amabilidad de decirme si quería pasar al asiento de la ventanilla, porque ella ya se bajaba en la próxima cuadra, como bien lo sé yo. Pero el tratamiento de “usted” me dolió y me dejó anonadado, ¡ay!, la barba que traiciona o serán figuraciones mías. Tentado estuve de bajarme junto con ella pero algo me dejó atornillado en el asiento. Resignado, vi como desaparecían sus largas piernas en un pestañeo. Estuve a las puertas del cielo pero me cagué de miedo. El mundo es para los intrépidos, definitivamente.

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