Olla
La costumbre humana de meter un porrón de cosas en un puchero, cocerlas y comerse después caldos, legumbres, hortalizas y despojos varios es tan vieja como la historia del mundo. El planeta es una gran olla de olores diversos, y las recetas de los potajes proliferan por donde uno mire. Desde las múltiples variantes de los cocidos con garbanzos y otras legumbres de la piel de toro -con esa receta de nombre bestial, olla podrida- a la adafina judía, pasando por el cuscús norteafricano y los excesos de cocción británica, todo el orbe es una gran olla puesta al fuego. Lo extraño es que a estas alturas haya tantas personas que pasan hambre, y que los platos de unos estén tan llenos y los de otros, la mayoría, sigan estando tan vacíos. Así no es de extrañar que el orbe, desde el espacio, seguro que deba verse como una olla exprés echando vapor a lo bestia y que algún día, ¡ay!, corra el riesgo de reventar por exceso de presión.