Corría el año 1622 y en las Españas reinaba Felipe IV, al que algunos llamaban el Rey Planeta y otros terminarían por llamar el Rey Pasmado. Aunque la cosa se empezaba a torcer por un quítame allá esos Flandes, nuestro Vietnam particular, el oro de América seguía fluyendo y Madrid era la capital del mundo. Pero hasta en las capitales del mundo puede pasar que haga un frío de cojones. Una cosa no quita la otra. Y así precisamente era en febrero de ese año, sin ni siquiera esperar a un cambio climático al que poder echar la culpa. Las fuentes se helaban, los pobres también y los madrileños se asombraban del invierno, más o menos como en estos tiempos, que cae una nevada y nos hacen los ojos chiribitas y las calles atascos.
Aunque los jardines de El Retiro ya existían, aún pertenecían al amigo Gaspar, el Duque de Olivares, quien los utilizaba para que la Corte se divirtiera alejándose un poco del mundanal ruido, aunque por aquellos tiempos el tráfico no era lo que ahora. Imagínate poder contar con todo El Retiro para invitar a todos los colegas a pasar la tarde. Yo hasta ahora he llegado a invitar a cenar unas tortillas. La nevada, el frío y la diversión de los Reyes se combinaron en la idea de ofrecerles un pasatiempo para aprovechar las inclemencias que habían dejado helados los estanques. Asi que hasta allí se acercaron Felipe e Isabel a contemplar un espectáculo de trineos, que el ejercito les ofrecía, a la manera que en Flandes se hacia cuando el suelo y el agua se helaba por aquellas tierras.
Al igual que los Reyes, que llevaban unidos en matrimonio apenas desde agosto del año anterior, entre los que realizaban la demostración se encontraba un arquero recién casado, a quien seguramente maldita la gracia le hacia estar un domingo de febrero en aquel jardín, pasando un frío tremendo para que los monarcas tuvieran aquella puñetera diversión de los trineos, con lo bien que preparaba el cocido su mujer. Aunque no conocemos el nombre del arquero, lo que si sabemos es que se convirtió en el primer ahogado en El Retiro, cuando una parte quebradiza del hielo se vino abajo, llevándose al soldado consigo. Conociendo como eran por aquellos tiempos los Reyes, lo mismo hasta les pareció divertido aquel final y aplaudieron de lo lindo.
El parque tuvo su primer ahogado, los monarcas su tarde de diversión y la villa de Madrid una viuda más, que el hecho de que fuera pintoresca no la salvaba de tan nefasta suerte. Así que si un día hiela como aquel febrero, y alguien de vosotros cree ver a un tipo dando vueltas con un trineo, no le pidáis regalos, que no será Santa Claus, sino del Rey Felipe IV un arquero.
La foto, tomada de viajablog.com
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