Un poeta nace y se hace. De eso no hay duda. Rosario Bersabé comenzó a escribir poemas casi de manera casual, como sin querer, aunque con gusto y afición. Poco a poco se dio cuenta de que la poesía es una amante esquiva, pero también agradecida a la que hay que volver y no descuidar bajo pena de quedar para siempre trastornado para siempre. De roca y yerbanuena es un poemario generoso que muestra la especial perspectiva que tiene Rosario de la vida, de sus circunstancias, de ese devenir pequeño o grande, según se quiera entender, pero esencial para ella. De ahí que se sienta, a veces, firme como una roca y, otras, olorosa y frágil como una rama de hierbabuena. Para este ecijana afincada en Vila-seca (Tarragona) “El verso es una flor en su pujanza, / es color, es promesa, es aventura,/ es río, / es mar crecido en su bravura, / es el rito sublime de la danza”. Un verso es capaz, en su línea sencilla y breve, de contener todo el mundo, todo un universo personal como de la autora.La memoria, el paso del tiempo, la soledad, las dudas, las ausencias, los miedos, los afectos, la tierra, el trabajo, la poesía y sus poetas… son algunos de los elementos temáticos a los que acude Rosario, que, instalada en una madurez vital y plena, no quiere renunciar a la juventud que vivió, pero se sabe en un camino que ya no tiene retorno:“Recorriendo los huecos de mi ser / fulgurar de añoranza / conciertos de mis días, / en bandadas recuerdos del ayer / de prontas primaveras / placeres y alegrías”.Acaricia con sus palabras el presente pero no quiere pasar de puntillas por el pasado, al que vuelve una y otra vez hasta que el dolor cede paso a la nostalgia o a las constatación de que es quimera querer revivir lo ya vivido porque: “Quieres pensar y no puedes / y con la mirada al suelo / indiferente respondes: / ¡no lo sé… no lo recuerdo!”.Rosario Bersabé Montes maneja con destreza y oficio el verso. Gusta del arte mayor, sobresalen los endecasílabos, aunque acompañados de los heptasílabos. Prefiere la rima consonante, más plena, aunque no renuncia al romance ni a los ecos de la poesía más popular y tradicional. Se embebe de todo y goza con demostrar sus raíces.El libro se organiza en torno a diversas secciones, como una miscelánea del sentimiento, aunque queremos destacar “Los sonetos del arraigo”. Dicen que para ser poeta de verdad tienes que haber escrito algún soneto porque es una de las estrofas más complicadas y, a la vez, más agradecidas. Rosario se explaya con generosidad y se siente a gusto con este metro. Sus sonetos se nutren de sus emociones más íntimas, su padre, su madre, su hermano…, la tierra de acogida… el amor, el mar… el deseo de seguir vida y clamarlo una y otra vez porque, al fin y al cabo, la existencia es la suma de cada minuto que se vive, de cada instante que Rosario ha vivido con intensidad y humildad. Ahora bien, no nos engañemos, ella sabe de sí misma y no renuncia a nada porque, llena de vehemencia, exclama que “No pido nada, porque nada quiero / ya tengo todo cuento necesito”. No en balde el soneto que se inicia con estos versos es el que cierra el poemario.Rosario juega con las palabras, emplea las enumeraciones y las metáforas; engarza ritmos de manera certera, sabe del encabalgamiento y del hipérbaton. Es, en suma, una poeta consciente de su verso. Una poeta fuerte y frágil, a la vez, como es De roca y hierbabuena.
Prólogo al libro, por Hugo González Hernández