De sangre y de carne

Publicado el 14 febrero 2011 por Menagerieintime
El otro día, por circunstancias que ahora no vienen al caso, volví a lavarme en una duchas comunes. Claro, no pude evitar acordarme de las veces que me he duchado en la cárcel. Y no pude evitarlo por las reacciones que tenían las personas que estaban allí, en las duchas de unas instalaciones pijas, cómodas, con agüita caliente y todo. No pude evitar pensar en las duchas de la cárcel. Aunque no tuvieran mucho que ver con las cálidas y limpias duchas en las que estuve el otro día.
Allí me encontré con los típicos gilis que se duchan en bañador. Bien sea por pudor, por miedo o por no vacilar del tamaño de su carajo. A estos, a los que se duchaban en calzoncillos, se les daba un par de golpes. Por tontos. Y entre golpe y golpe se le quitaban los calzoncillos. Sin mayor pretensión que hacerles ver que nada pasa por ducharse desnudo. Que el recibir un poco de agua fresca en los cojones no hace mal a nadie. Lávate bien, guarro.
También estaban los que miraban. Los que para pasar el tiempo mientras esperaban a que alguna ducha quedara libre, se entretenían en mirar los carajos de los que nos duchábamos en ese momento. Como si estuviera en una barra libre de pollas. Como si se estuviera ejerciendo su derecho de “busque, compare y si encuentra algo mejor…” Como si se estuviera comparando consigo mismo. A estos, si estuvieran en la cárcel, se les hubiera dado una paliza. Así. Sin miramientos. Por listos. Por no tener claro de qué palo iban. Golpes por doquier.
También estaban los que, duchándose sin ropa, se dedicaban a mirar a los demás. Una mezcla de los dos anteriores. Estos hubieran vuelto de la ducha a su celda completamente desnudos, sin toalla ni ropa con la que taparse. Mostrando su cuerpo a toda la sección. Y todos sabríamos porqué iba así. Y todos lo tendríamos en cuenta cuando nos lo encontráramos en las duchas. Este tipo de personas son las que piensan que la hombría se mide por el tamaño de nabo o por cuánto te cuelgan los cojones. Sin saber siquiera que hay penes de carne y penes de sangre. Y que la hombría se demuestra en el día a día, en el encarar la vida como viene, sin temblar y sin agacharse. Por muy grande o pequeño que tengas el rabo.
Y allí estaba yo el sábado. Desnudo, duchándome con agua caliente en unas instalaciones con buen olor, extremandamente limpias y deseando, con todas mis fuerzas, que los tontos que me rodeaban pasaran, con más pena que gloria, una temporada en la cárcel. Por lelos.