Revista Talentos

De sicarios y policías

Publicado el 23 abril 2013 por Perropuka

De sicarios y policías

Foto: El Dia

Menos de 72 horas después del espeluznante crimen, el supuesto asesino fue presentado en una rutilante (por las cámaras y flashes) conferencia de prensa. Otro golpe de notoriedad se anotó el ministro de Gobierno, que por todo lo visto, pareciera que es el ministro más trabajador de Evo Morales. Asimismo, la Policía parecía reivindicarse después de tantos palos de la opinión  pública sobre la inseguridad reinante en las principales ciudades bolivianas. Maravillados por esa rápida y tenaz respuesta, la institución del orden puede ser eficiente cuando quiere, decíamos.
La ciudad de Santa Cruz de la Sierra (todavía quedan algunos ingenuos viajeros del exterior que llegan muy abrigados creyendo que es otra ciudad montañosa del “país del altiplano” y se desengañan viendo palmeras y ni un cerro a la vista) es la segunda ciudad boliviana en extensión y la mayor de la región oriental. Hoy, convertida en un polo de desarrollo agroindustrial, es el principal destino de la migración interna. Una tierra de promisión, de esperanza y futuro para miles de bolivianos. Como locomotora de la economía boliviana, no sólo alimenta al país, sino que exporta toda suerte de productos no tradicionales como la producción de modelos que la han convertido en una pequeña Venezuela, una fábrica de reinas de belleza.  
Pero la prosperidad económica acarrea también su lado oscuro. El dinamismo del comercio y la industria mueve mucho dinero y, por cierto, atrae las miradas de los hombres de negocios, incluyendo el hampa. Así como las principales fábricas se han instalado en esa región, también lo ha hecho la boyante industria del narcotráfico y sus actividades relacionadas. La Santa Cruz plácida y segura, de hamaca y carretón se ha transformado súbitamente en una ciudad de edificios, coches lujosos y calles descontroladas. Un tiempo atrás, los asesinatos por encargo eran cosa rara y al amparo de la noche. Hoy, los pistoletazos a plena luz del día son cada vez más frecuentes y los criminales cada vez más avezados. Meter plomo a sangre fría antes era casi impensable, ahora impera el “método colombiano”: un tipo que se baja de una motocicleta y le vacía el cargador a un señalado, sin asco, a la vista de todos. 
Eso fue lo que vimos hace una semana atrás (cámaras de seguridad mediante), cuando un individuo huía desesperado, trastabillando entre varios automóviles estacionados. Que una mujer le haya negado auxilio cerrándole las puertas de su coche, me hizo recordar a la circunstancia de un personaje de García Márquez a quien los vecinos le cerraban sus puertas cuando escapaba de sus perseguidores. El hombre indefenso, un comerciante maderero de mediana edad, presa del pánico ni siquiera podía correr ante lo que se acercaba como una sombra, porque las cámaras no lo registraban todavía. Unos segundos después, el sicario, un hombre alto y esbelto, aparece de espaldas como un pistolero del viejo oeste con el arma empuñada. Se acerca tranquilamente a la víctima que parece gatear en el suelo, quizás por alguna herida. El matón hace el ademán de rematar a quemarropa pero parece que el arma se le traba, por lo que a continuación se ensaña con la víctima propinándole unas patadas en el estómago.  Luego, el infortunado, a duras penas logra atravesar la calle casi arrastrándose, llegando al bordillo de la acera. Ahí mismo, de gatas, se desploma seco por un tiro de gracia en la cabeza. El asesino tiene hasta la tranquilidad suficiente para regresar a recoger un documento o panel que se le había caído metros más atrás. A continuación,  se va caminando como si nada.
Este hecho de sangre, a media mañana, muy cerca del centro de la ciudad, conmovió hasta los cimientos de la sociedad cruceña. “Fue por narcotráfico o ajuste de cuentas” señalaban las voces más rápidas que un gatillo para anticiparse a las investigaciones. El ministro de Gobierno, de inmediato se trasladó desde La Paz para encargarse personalmente del asunto, encomendando a los policías que lo quería vivo o muerto al sicario. Menos de tres días después, presentaron a un sospechoso de nacionalidad brasileña que había estado preso por otro crimen. Entre agentes encapuchados, el individuo, muy indignado, le espetó al ministro que él no había cometido el asesinato. Hechas las comparaciones con el video respectivo, las autoridades parece que se dieron cuenta de que no coincidían los rasgos, aparte de que el brasileño era de menor estatura que el sospechoso de la imagen. Tampoco los tres testigos oculares del hecho reconocieron al capturado como el autor. Aún más, el abogado del acusado defiende que éste estaba en un Juzgado firmando un documento de control (por haber sido excarcelado en fecha reciente) a la misma hora que se cometió el crimen.  Por falta de pruebas incriminatorias, una juez no tuvo otro remedio que declararlo libre. Pero, curiosamente, al poco rato, lo volvieron a acusar de un supuesto delito para no dejarlo salir. Todo parece que querían remediar una chapuza con otra chapuza. 
Así suceden las cosas en este novelístico país. Primero se detiene a los supuestos criminales, con mucha pompa y ruido mediático, para luego investigarlos a fondo. Se criminaliza a todo el mundo tomando como base la sospecha o indicios insuficientes, lo que habla mucho del profesionalismo de nuestros policías, jueces y fiscales. Todo al revés, a cualquier detenido le toca defender su inocencia, entre rejas, antes que le hayan probado su culpabilidad, y eso que la legislación boliviana establece que todos somos inocentes hasta que se nos pruebe lo contrario.
Entretanto, no se me borra de la mente el golpe seco que no he oído de esa cabeza desplomándose de cara sobre el pavimento. 

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