Sale un estudio que dice que Colombia es el más madrugador del mundo, levantándose en promedio a las 6.30am, y nos recuerda El Espectador que, en otro estudio, Colombia es de los países menos productivos de la OCDE. Ni lo uno ni lo otro sorprenden. La locura colectiva que valida, no sólo madrugar, sino empezar a trabajar a las 7am o antes, tener clases a las 7am o antes, tener reuniones a las 7am o antes, porque al que madruga Dios lo ayuda y yo creo que Dios a esa hora sigue durmiendo, porque es a la única hora que le cuadra a todo el mundo -claro, porque todo el mundo quiere dormir a esa hora-, porque hay que ser productivos pero resulta que no, porque nos acostamos entonces a las 10 u 11 pm y dormimos poco y mal y hay que empezar el ciclo infinito del enamoramiento tempranista y la resignación de un transporte que se mueve con el afán de las rocas y que nos afana con el látigo de obligaciones que si no son en el albor del día, no son y nos señalan y nos acusan por pereza y quejadera, porque no nos ponemos la camiseta ni damos el 200%, porque sin sufrir dizque no se aprende, porque en pasarla mal está la sabiduría, porque así es como se coge experiencia. Ojalá saliéramos de ese hechizo que nos tiene acá con el ojo gacho, con la ojera ya cincelada, con bostezos que son sinfonías y con sueños incompletos. A ratos felices, usualmente rotos.