De un personaje de novela y de un coche roncador

Publicado el 21 diciembre 2010 por Blancamiosi
El erróneo concepto de «amorverdadero» nos acompaña desde que tenemos uso de palabra.  Y no digo uso de razón, que si la tuviéramoscon seguridad no diríamos semejante barrabasada, porque: ¿Qué amor no esverdadero? Al menos, es verdadero hasta que se demuestra lo contrario.  En algún momento de nuestras vidas, casitodos, y no digo todos porque hay quienes tal vez no hayan experimentado esesentimiento que hace que se encoja el estómago cuando pensamos en la otrapersona; aunque bien podría ser que el sentimiento se extienda hacia algunosobjetos, ¿por qué no?, se me acaba de ocurrir. Un coche, por ejemplo. ¡Ah! Yosí tuve amor por mi Mustang Fastback Mach I.  De un color verde metalizado, de asientos quecasi llegaban al suelo, de su sonido poderoso, potente; un motor de trescientossesenta centímetros cúbicos, ocho cilindros en V y doble tubo de escape.  Rugía como un león cuando está contento, omejor debería decir «ronroneaba», aunque los vecinos no estuviesen muy deacuerdo conmigo.  El término exactosería, como decía mi recordado Henry: «roncaba».  Sí, señor.  Mira, Blanca, de cero a 140 kilómetros por hora en diez segundos, y yo chillaba de alegría, eran épocas en las que no conocía el miedo.
El claxon no era el original,sino el de la película «Il sorpasso», con Vittorio Gasman, algo así como unbufido, escandaloso como el mismo ronquido. Otro aporte de mi querido Henry,más conocido en Polonia como Waldek, y a nivel universal y literario comoWaldek Grodek.  El coche primero leperteneció a él.  Después, cuando sentócabeza —tenía ya unos cincuenta y tres años—, me lo pasó a mí, pero no me loobsequió, no. Él siempre decía que las cosas se apreciaban más cuando unopagaba por ellas, y aunque yo no estaba totalmente de acuerdo, asentí confervor, porque las facilidades eran extremas y me moría por poner mi pie en elacelerador del Mustang. Él se compró un Chevrolet Montecarlo, más acorde con suapariencia de muchacho maduro, y yo empecé a gozar de la vertiginosa velocidadde uno de mis «amores verdaderos». Tiempo ha pasado ya. ¿Veinte años?, no. ¿Veinticinco? ¿Treinta? Más, Blanca, por favor, si desde entonces hasrenunciado a tu trabajo, has abierto un taller de alta costura, has escritovarias novelas ¡y hasta tienes agente literario…! Cierto, Waldek.Hoy, un día de diciembre delaño 2010, me encuentro en una situación completamente diferente.  Ya no más autos roncadores.  Ahora prefiero el silencio. He descubiertoque me gusta estar acompañada de música, y si es sinfónica, mejor. He empezadoa apreciar la ópera y eso sí: jamás he dejado de leer.  Mi biblioteca ya no tiene espacio dondecolocar más libros y estoy pensando seriamente en transformar una pared de misala en otra biblioteca. Y es que soy una señora de sesenta años cumplidos —muchosdicen que no los aparento, pero son todos míos—, que requiere de un deporte másapacible que andar en un Mustang cortando el viento. Viejo amor que se fue hace años y no está más conmigo. Tampoco hoy está conmigo mi querido Henry.  Se fue. Hay quienes piensan que a un lugardonde se van todos los buenos, los valientes, los héroes… porque Henry era unhéroe, literalmente.  Tenía una medallade plata otorgada por el mismísimo ejército de los Estados Unidos de América, yno por haber combatido en la guerra de Vietnam, en la del Golfo o la deIrak.  No, señor. Fue porque combatiócontra los nazis en la II GuerraMundial, la más conocida, y glamorosa de las guerras, si se pudiera acuñar esetérmino.  O como dijera cierto personajeque no quisiera nombrar: «La madre de todas las guerras».¿Amor verdadero? ¡Claro queconozco el amor verdadero! Lo siento en la sangre que corre por mis venas, enlos recuerdos que apabullan mi mente, recuerdos de todos estos años vividos aplenitud al lado de un personaje de novela, y también cada vez que me siento aescribir y la emoción me lleva por derroteros que nunca sé adónde meconducirán, como cuando empecé a escribir esto. Creí que sería una tesis acerca de lo que significa el término «amorverdadero», y miren ustedes, ha resultado en un maremágnum de diferentesintensidades, como la música de Chopín, con su pequeño recortadito como siindicase alguna duda, para luego darse a fondo. Con todo.  Un amigo me dijo que debíadedicar a Henry una entrada especial en el blog, pues era un personajeliterario.  Creo que tenía razón.  Pero sucede que cuando se trata desituaciones personales, es como cuando se es médico, no se puede operar a unfamiliar cercano, menos si se trata del marido. Solo puedo decir que mientrasmis dedos recorrían las teclas con la cadencia armoniosa que me acompaña cuandolas ideas fluyen sin esfuerzo, esa idea fue recomponiéndose en mi mente y estaentrada la dedico a mi inolvidable Henry, el Waldek Grodek que algunos deustedes han conocido por mi novela La búsqueda, y otros porque lo conocieron aél.  El de la sonrisa fácil, el Waldek dela mirada que nunca perdió ingenuidad ni en el último día de su vida.  
Él siempre tenía una pregunta en los labios:¿por qué yo? Y creo que era la pregunta que había en sus ojos la última vez quelo vi. Pero esta vez su interrogante no me hizo sonreír. Supe que esta vez tenía razón: ¿Por qué él? De ahora en adelante ya no más de aquella sonrisa, ni de sus miradasingenuas, de su asombro de niño, ni de su amada compañía. Muy atrás quedaron los escapes a la playa en el Mustang conducido por Henry a la velocidad del viento... Ya no más. Adiós, Henry, Waldek, adiósamor mío… hasta que nos volvamos a encontrar.Tuya, siempre, Blanca