A esas mujeres que creen poder cambiar al mujeriego. A las ilusas que pretenden ser la excepción. A las fanáticas insaciables que quieren concretar esa histórica fantasía de nuestro género. A ellas van dirigidas estas palabras. Todo comienza con el flaco carilindo, chamullero y arrogante, sinónimo de tentación de muchas, o casi todas. Su encanto físico y su parla compradora son su as en la manga para encandilar a cualquiera del sexo femenino. Luego entra en acción nuestra víctima en cuestión: la siguiente del depredador; porque, obviamente, la pobre tiene una extensa lista de antecesoras sin su final feliz. El corpiño armado, las minifaldas y los tacos altos se convierten en armas de doble filo. Es que es de público conocimiento el talón de Aquiles de aquel estafador, y aún así la ingenua “Susanita” pretende llevarlo al altar y atarlo a ella de por vida. La crédula no se conforma con ser una más, le quiere suprimir el Fernet, la noche y hasta los partidos de fútbol de los jueves. Quiere que desaparezcan las nuevas amistades de mujeres en Facebook, las fotos comprometedoras y ni hablar de los mensajes de texto con la “competencia”. Tal vez, sus motivos sean que siente la imperiosa necesidad de jugar por un rato a ser sanadora de esa extraña e incurable enfermedad; o, a lo mejor, quiere dar a entender que posee algún tipo de sabiduría superior al resto, y que sólo ella puede salvar a la humanidad de esa epidemia que deja a muchos títeres sin cabeza y unos cuantos corazones rotos. Rápidamente, los pies tocan el suelo y ese plan maestro se torna una novela de ficción con argumentos irreales y sobrenaturales.
QEPD aquella utopía.