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De una mujer desdichada

Publicado el 19 mayo 2015 por Pablo Ferreiro @pablinferreiro
De una mujer desdichadaRoberto tenía 45, administrativo en un banco, casa propia, dos hijos de su primer matrimonio, recién separado del segundo. Pancita ajustada a su camisa a rayas verticales azules, pelo queriendo retroceder. No usaba perfume. Cenamos en un boliche de Villa Crespo, un desperdicio de rimmel y estuques varios. El tipo canchero, reclinado sobre la silla tiró un vamos en plena sobremesa. La respuesta fue clara mientras metía los puchos en la cartera, “mañana trabajo, tal vez otro día”. La charla de la vuelta fue seca y distante, me dejó en la puerta de casa, la experiencia me hizo evitar manos inquietas.
Llegue a casa, me hice un té y me puse el camisón. Lloré un poquito recordando los quince años que compartí con Iván. Años que terminaron porque le reproché falta de futuro, falta de bebés y falta de emoción. Cosas que al parecer Ivancito le dio a la chica con la que se casó un año después. Hace cinco años que lloraba por lo menos una vez por semana recordándolo y arrepintiéndome. Creo que no lo recordaba tanto por lo bueno sino por la comparación. En la búsqueda te encontrás con de todo,Tipos casados, depresivos, adolescentes tardíos, síndromes de Peter Pan (estos son los peores), edípicos, taxistas. A veces las ganas de no estar sola te hacen sumarles algunos puntos a favor,  verle el lado bueno. Llegas a pensar que por algo el tipo golpeó a su última mujer. En fin, el mercado no es lo mejor. Tampoco ayuda ser linda, creen que si estás sola es por algo y eso te baja el precio a vos por más argumento que tengas.
Domingo, mediodía. Casa de mi hermana. Ella estaba casada ya hace 15 años con su primer noviecito. Ella tenía la belleza de mi mamá, llevaba los 45 con altura, brillaba. Cumpleaños de mi sobrina Mercedes, 18 años. Mechi se parecía a mi. Pelo rubio, menudita, pómulos bien marcados, artista precoz. Yo me senté con mi vestidito florido y mis lentes de sol en la mesa de los grandes. Mis primas con sus maridos, mi vieja inmutable, casi de cera. El tío Antonio con los pantalones de grafa. El almuerzo transcurrió en paz,alguna que no me veía hace mucho me preguntó por Ivan, otra se interesó en mi cuadros, mi vieja me pidió que no fumara tanto. Nada comprometedor, podría haber sido peor. La charla era básicamente un alardeo sobre lo que hacían los hijos de cada una, alguna acotación conservadora de mi tío acerca de la juventud y quejas sobre la política. Mi hermana sirvió el café, los pibes empezaron a bailar, eran como treinta. La música me molestaba. Salí al patio y me senté en las sillas de hierro que habían sido de mi abuela. En el teléfono había un mensaje grasiento de Roberto que preferí ignorar. Se me acercó un pibe de unos veinte y me pidió fuego. Calladita se lo dí.
EL: Me cansa esta música.
YO: Qué se le va a hacer.
ÉL: Disculpame, Soy Mariano.
YO: Adela.
Mariano tenía la camisa desabrochada arriba y poco pelo en en el pecho. Estuvimos en silencio un rato. Me preguntó de que trabajaba. Me contó que tenía novia, que vivía con los papás, que estudiaba ingeniería, que tocaba el bajo en una banda de Rock. Aunque no era gracioso, se tomaba muy en serio la vida y eso me causaba gracia. Después de un rato y unas cervezas me dije qué más da. Me lo llevé a casa, estuvo un poco tímido pero aprobó con actitud y trabajo.
Mariano: Vuelvo?
Yo: Cuando quieras...
Volvió varias veces y se fue quedando. Confieso no haber puesto muchas fichas, pero el tiempo me fui entusiasmando. Poco a poco fui cambiando las salidas de ver a la banda por película con helado, los boliches ruidosos por plazas felices, los encuentros atolondrados por el disfrute de la paciencia. Me gustaba el respeto que imponía mi edad y la admiración que le generaba. Su madre me aceptaba con recelo pero me aceptaba. Puedo resumir pocos momentos incómodos y mucha cargada de mis amigas que en fondo escondían envidia. Él me dijo que me amaba y yo le dije que también. No me gustaba decir también porque me parecía una falta de romanticismo total, pero así se dieron las cosas. Con el tiempo nuestro amor se fue asentando, me había olvidado de Iván y el mundo me parecía más lindo.
La tarde en que cumpliamos un año saliendo, me escapé de la exposición temprano y  me le aparecí en la puerta de la facultad. Me había puesto el vestidito de flores y una vincha blanca. Yo pensé que le iba a dar una sorpresa pero fue al revés. Lo ví saliendo de la mano con una vieja de por lo menos 55 años que cursaba con él. Hice un escándalo en la puerta de la facultad como corresponde. La vieja sonreía. No le arranqué las mechas porque intervino la policía. Volví a casa, le tiré las cosas a la calle como en las películas. Caí en una profunda depresión, en especial los domingos a la tarde. Estuve cuatro meses encerrada pintando. Por mi sobrina me enteré que Mariano vivía con la vieja.  Esto me hizo profundizar mi rutina de camisón , joggins y chancletas.
Al sexto mes ya con la desesperación hecha carne lo llamé a Roberto, me ofreció un puesto de amante. Lo acepté con resignación. Tuve un hijo al año, lo crié sola, le puse Iván Mariano.

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