Revista Diario

De una vez que se reunieron unos cuantos escritores que tenían una excusa y II

Publicado el 06 julio 2010 por Mariocrespo @1MarioCrespo
Mientras el público se peleaba por conseguir un autógrafo de D, AxR seguía con sus gestiones para conseguir algo de droga de la que no se vende en farmacias. Lo único que pudo obtener fue un tripi, un Simpson. Con su buena fe habitual, decidió compartir el botín con sus compañeros, así que echó el cartón entero en un cachi y ofreció tragos gratis a diestro y siniestro. Nadie recuerda cómo acabaron en el calabozo. Se cree que los dueños del local llamaron a la policía, pero nadie puede asegurarlo. Sentados en un catre, los cinco amigos recuperaron la memoria de manera colectiva, ayudados por los barrotes y el olor a humedad. Fue cuando se dieron cuenta de todo: en su paranoia colectiva, creyeron que el niño de cinco años, el hijo del editor arruinado, era un agente doble de Anaguara que pretendía arruinar su hipotético proyecto o proyecto potencial, y decidieron secuestrarlo a punta de llave de casa de pueblo. Salieron del local con él agarrado. La madre gritaba y lloraba. En la calle se toparon con los jugadores de la Selección española, que estaban celebrando su victoria ante Armenia o Argelia o Albania. Éstos, asumiendo su rol de héroes nacionales, se vieron en la obligación de salvar al niño de las garras de los escritores viscerales. Sergio Ramos agarró a J y Villa a V. D y M, al verlos, les pidieron sendos autógrafos, mientras AxR, el más independiente de todos, mataba el cachi de un trago. De repente, sin saber muy bien cómo, la situación era la siguiente: de un lado, una hilera de antidisturbios lanzando pelotas de goma, del otro, tras las barricadas de contenedores, los cinco escritores viscerales, junto a Bonilla, Baco, Sergio Ramos, Villa y Sara Carbonero, que pasaba por allí en ese instante y se paró a hacer unas entrevistas. En medio, el maldito niño repelente, su madre y el amante que ésta se había echado durante el recital. En un lance de la batalla, el niño, que daba más guerra que los ahora manifestantes, fue golpeado por una pelota de goma que uno de los policías le tiro para que jugara con ella, y quedó en estado de shock. De repente, sin motivo aparente, el niño se puso a recitar un poema de D&G que decía algo así como: Nadie es profeta en su tierra/hasta que no se encuentra/enterrado bajo ella. Y después cayó desplomado. Al parecer, el maldito niño era la gran promesa de la poesía española comercial. Se creía que todo se quedaría en agua de borrajas tras quebrar la empresa editorial de su padre (que era quien le editaba los libros) pero el chaval, influido por la poesía visceralista, antes de desmayarse, dejó para el recuerdo unos versos de D&G que provocaron su resurgimiento literario. Joselito, el pequeño versificador, no había muerto, y que pidió, ante las cámaras de televisión, la libertad de los insurgentes literarios, sus salvadores. De otro modo, nunca habríamos conocido de qué iba el hipotético proyecto o proyecto potencial. Como luego confesaron los escritores implicados, se trataba, tan solo, de una excusa, un extensor argumental para salir a liarla, el mismo argumento que ha usado el autor de este texto para desbarrar un rato…

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