Una de las actividades que más me gustó fue una ruta que hicimos para visitar varios dólmenes y menhires del Neolítico. Este tipo de monumentos prehistóricos me llaman muchísimo la atención y me encanta tratar de imaginarme cómo vivían las mujeres y los hombres de aquella época, qué aspecto tendrían y qué habrían ido pensando, diciendo y haciendo mientras caminaban por los mismos senderos por lo que ahora caminan personas como yo.
A pesar del magnetismo de este tipo de obras, he de reconocer que observándolas siento a veces la misma desazón que cuando miro un cuadro abstracto. Son tan sencillas y, a la vez, tan enigmáticas, que no puedo dejar de preguntarme si verdaderamente fueron objetos cuidadosamente tallados, colocados y revestidos de significado simbólico por personas que vivieron hace miles de años, o se trata de la idea feliz de algún científico trasnochado que un día iba por el campo, se encontró una piedra gorda y colocándola en posición vertical se dijo: “pongamos que es un menhir”.
Otra visita que también me gustó mucho fue la que hicimos a las ruinas de Ampurias, una zona costera donde se ubicaron sucesivamente pequeñas ciudades íberas, griegas y romanas. Aunque estas ciudades fueron muy importantes para el comercio mediterráneo, a mí me parece que, como en el caso de los dólmenes neolíticos, quienes decidieron el enclavamiento de las mismas lo hicieron guiados por el azul del mar, el verde oscuro de los bosques y la belleza sobrecogedora de las montañas. A ver si la buena vida va a ser un invento del siglo XX...
También aquí disfruté imaginándome la vida de las ciudades, especialmente de la ciudad íbera y de las griegas, que son las que más me llaman la atención. Las ruinas se llenaron de pronto de cientos de mujeres ataviadas con túnicas blancas y sandalias, peinadas con hermosos recogidos y adornadas con abalorios de colores, que compraban, paseaban, charlaban, reían, brindaban, reflexionaban, disfrutaban de la brisa marina y amaban. O se amaban… ¡por qué no! Al fin y al cabo, se trata de imaginación, no de rigor científico, y la mía tiene un evidente sesgo de género… y de orientación sexual.
La verdad es que estas dos visitas fueron de lo más atropellado. En la primera, nos perdimos por el monte tratando de reubicar el itinerario después de pasar por una señal borrada. Decidimos seguir, cual Dorothys, un camino de pintadas amarillas, y cuando tuvimos conciencia de haber regresado al sendero, descubrimos que habíamos atajado por el medio, encontrado menhires que no estaban en la ruta (!) y recorrido prácticamente el mismo camino en dirección contraria. Todo esto bajo un sol de justicia y con un sofoco que dejaba en evidencia nuestra supuestamente digna forma física y mental.
En el caso de Ampurias, sin embargo, pasamos un día estupendo. Por la mañana nos fuimos a la playa, nos bañamos en una cala muy bonita y comimos en la arena, dormimos la siesta bajo la sombrilla y después nos animamos a visitar las ruinas. Afortunadamente, el momento de más calor lo pasamos dentro del museo, al abrigo del aire acondicionado. Cuando salimos corría una brisa muy agradable y el sol estaba ya bajo. Entonces me dispuse a realizar un completo reportaje fotográfico, con la imaginación excitada por las fantasías anteriormente confesadas. Así que encendí la cámara… ¡y se apagó! Se nos había olvidado cargar la batería la noche anterior y no pudimos sacar ni una sola foto de las mujeres… digooo… de los mosaicos, columnas y murallas que visitamos. Una pena para el recuerdo y para esta entrada, cuyas fotos de las ruinas he tenido que sacar de internet.
(Continuará…).