Revista Diario

De viejas, paraguas y toldos – Por el Diego

Publicado el 05 julio 2012 por Rutinacortadaacuchillo @RCACoficial

Uno va por la vida tratando de esmerarse en ser políticamente correcto, haciendo de nuestra moral convenios tácitos como dejar pasar, pedir perdón, y dar las gracias.

De niños estas actitudes pueden pasar inadvertidas, ya que la inocencia o la dejadez en la crianza deja inmunes a estos pequeños seres anatómicamente desproporcionados; de adolescentes es distinto porque uno empieza a tomar estas responsabilidades como parte de una madurez que nunca acabará por llegar a ser completa en la mayoría de los casos. Ya en la juventud uno se adhiere a estos principios de convivencia y empieza a poner en tela de juicio los caracteres ajenos ante estas buenas costumbres.

Nos damos cuenta que la sociedad está perdida, que la educación no alcanza contra los humores que agitan los recatos y las formas del votante promedio. Uno se queja de todo, se encapricha por poco, y con un esfuerzo sobrehumano se conforma con llegar a serle indiferente a algo.

Al borde de nuestras reservas de paciencia uno llega a entender que, es lo que tenemos, que mucho peor sería la nada, que la vida en sociedad está plagada de esta angustia; empezamos a entender que nuestros sentimientos van más allá las intermitencias del prójimo malhumorado.

Pero hay algo que desata rigurosamente la necesidad de cruzar los límites más amurallados de la bondad, esta es, las viejas con paraguas que caminan por el techito, las ancianas que se resguardan del clima al cuadrado, que no les basta el esqueleto de alambres plegables cubierto de tela impermeable y se aventuran debajo de la cornisa. Con paso lento y no por eso preciso, detienen a caravanas enteras de profesionales, cadetes, saltimbanquis, juerguistas trasnochados, fantasmas de toda clase social, gente enamorada, veraneantes, canallas, patrones y lacayos; los cuales esperan con impaciencia que un milagro caiga sea cual fuere, para que los saque de este suplicio inevitable de los días que visten de gris.

Uno espera, daría cualquier cosa por darle fin a este desencanto, porque el camino no se vea allanado por terrícolas con bastones, bolsas, minucias de todo tipo; el ser afectado vendería su alma, arrendaría su corazón, se uniría a cualquier revolución social, se afiliaría a cualquier religión con tal de terminar con este infierno.

Tal vez no seamos tan buenos, ni tan malos, pero sufrimos por las mismas cosas, podríamos salir a patear viejos en horas pico como en “Diario de la guerra del cerdo”, también pedir indignados a nuestros gobernantes que se llaman a sí mismo progresistas que armen un método de horarios de tránsito, o carriles exclusivos, como lo hacen para hacernos creer que nos libramos de otros males de metrópoli.

Sepan que yo soy uno de esos viejos, no sé qué se puede hacer, no sé porque lo hago, pero si camino lento puedo argumentar que es por mucho caminar, porque ya no tengo que correr atrás de un destino que ya está forjado, porque me gusta ver la lluvia desde el resguardo, porque aprendí a gozar de los paisajes, porque me encantan los días de lluvia, y también porque ustedes apurados me hacen acordar al abrumado que era yo hace años, y finalmente porque quiero que se detengan un momento, sienten el aroma del aire y se animen a buscar restos de fragancia a tierra mojada que creó la lluvia.

De viejas, paraguas y toldos – Por el Diego


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