Magazine

De visita por el Reina Sofía

Publicado el 22 enero 2012 por Vigilis @vigilis

No tengo una gran formación gastronómica: de mi currículum solamente puedo decir que soy gallego y conozco lo que se produce en las granjas minifundistas tradicionales, al margen de los controles sanitarios europeos. Lo de toda la vida, vamos. Productos que cualquier entendido en la materia entendería como de muy alta calidad. Tampoco soy enólogo ni sumiller, pero me gusta más un crianza de Ribera del Duero que un vino joven de La Mancha. Bueno, ya sabéis qué quiero decir.
Pues lo mismo me pasa con el arte. Carezco de una formación reglada en arte. Más allá de lo que por el estudio de la historia pueda conocer, se me escapan muchas cosas de la historia del arte y su interpretación. Hasta tal punto llega mi ignorancia, que decía que dos garabatos en un cuadro eran un fraude.
Bien, el arte de ciento cincuenta años hacia acá, es como las lentejas: hasta que no las pruebas bien preparadas, no te gustan. Yo este arte lo he probado bien preparado... y resulta que me gusta. No todo, claro: he desarrollado cierto criterio rápido, pero en general ha cambiado mi opinión.

De visita por el Reina Sofía

A muchos esto os parecerá una estupidez. Otros os alegraréis por mi. Me da igual. Yo me alegro por mi: todo lo que sea reconciliarte con una parte de la humanidad, es una buena noticia porque te da motivos para no sentir odio ni desprecio; y eso es intrínsecamente bueno en su misma mismidad.

Di un paseo por el Reina Sofía (entrada gratis hasta las nueve de la nuit, muchos japoneses, mucho idioma francés, demasiados vigilantes) y oye, como que bien. Los cuadros más míticos ya los conocía porque vivo y respiro aquí en España, que queramos que no, sigue diciendo algo en la cultura occidental. Aunque solo sea por herencia. Otras obras me sorprendieron gratamente. En momentos pensaba para mis adentros que qué gañán era. Cómo diablos me permitía el lujo de perderme lo que el magín humano puiede crear. En particular destaco una época -al margen de escuelas o corrientes, ya he dicho que carezco de formación artística-: el primer tercio del siglo XX. Esa gente que empezaba a tener luz eléctrica y vestía de forma apretada, construyó un mundo de ideas absolutamente tropidable, que es una palabra que me acabo de inventar.

Lo tropidable decido que alude a lo gustoso, imaginativo, moderno e imposible; pero sin caer en la utopía. En una época con mucho miedo y mucho cambio, algunos se aventuraron más allá de lo establecido. Decidieron jugar con formas, colores, atavismos. Miró dibujó a un ET, fumando en pipa, con un par de sputniks, en los años veinte. El perro andaluz de Buñuel -que conocía por referencias- me parece insuperable. ¿Qué desayunaba aquella generación? ¿Qué ocurrió para que tanto y tan bueno bulllera alegremente? Entiendo que en aquélla época, muchos de los actualmente consagrados autores, las pasaran canutas. Entiendo que fueran incomprendidos y bucearan en una espiral de autocomplacencia. Pero el resultado que tras décadas dejaron es tropidable. Tropidabilísimo, si me permitís.

Cubismo, dadaísmo, surrealismo, vanguardias... todos crean cosas que niños de siete años pueden pintar... hasta que ves más allá, por ejemplo a Dalí. El inmortal surrealista catalán pinta un mundo cúbico flotando y dices: jopé, si Dalí estuviera aquí, pintaría el colisionador de hadrones de forma que el bosón de Higgs nos importara una mierda.

¿Qué ocurrió en aquella época para que se dieran tantos cruces de caminos inspirados? Sabemos que era una época donde lo preindustrial moría. Luego hubo una guerra en la que la humanidad perdió su ingenuidad. Después llegaron las ideas que quisieron matar a Dios. Qué tiempos. Qué malditos cuadros. Qué testimonio.

De visita por el Reina Sofía


¿Qué tenemos ahora? Mi respuesta rápida sería que ahora no tenemos nada. Pero entre tanto ruido, tanta subvención y tanta mala leche con el arte, confío en que unos chavales estén creando reflejos de su época. Momentos inspiradores que formen parte de lo eterno. Apreciaciones de lo efímero que pasen a ser testimonio de su época, de sus inquietudes, de su sentido de lo bello y justo. No tengo ninguna razón por la que no pensar que en este preciso instante se esté terminando la gran obra que defina nuestra época, fuera de toda impropiedad y antitropidabilismo.

Ojo, en el Reina Sofía también hay cosas que tiran p'atrás. Por ejemplo, hay un apartado para el feminismo que manda truco. Dejando a un lado las revistas antiguas que evidenciaban una distinción de roles superada por la técnica moderna y el servicio de canguros, hay una sala con ruidos y figuras rosas que parece más propia del tren del terror. También hay mucha escultura de hierros retorcidos que no me aporta nada. Pero ahora reconozco que a esos chavales de pàntalones a cuadros y fular, que quieren ligar desesperadamente, les pueden hacer un servicio.

Ah, una sala tenía una exposición tropical con plantas y pájaros. Algunas de esas plantas las veo en una casa en el campo y reconozco que ahí en el museo están mustias, no les da la luz del sol y dan pena.

¿Qué más? Ah, sí. Los vigilantes deben de estar cansados de su trabajo. Cuando no están cuchicheando entre ellos, están mirando mal a la gente de bien. Parece que no han aprendido nada de la película de Mr. Bean. Que duerman y se dejen de historias.

De visita por el Reina Sofía


Por último: el Guernica de Picasso. No sabía que el malagueño tuvo prototipos anteriores diferentes al resultado final. El resultado final es el que todos conocemos: un testimonio de una imagen provocada por una idea. Sea cierta o falsa esa idea es lo de menos. El mero hecho de estar ahí y ver parte de tu historia, de tu herencia, merece la pena. Es como cuando vas a la Capilla Sixtina y hueles a misa o cuando en Pisa haces el imbecil posando para una foto o cuando haces el amago de subirte a un toro de Guisando. Hay ciertos lugares a los que tienes que peregrinar porque forman parte de tu ser. No podemos abstraernos de todo lo que está detrás. Tampoco digo que seamos esclavos de lo previo. Simplemente asumámoslo, constatémoslo, y continuemos el camino.


Volver a la Portada de Logo Paperblog