Me he comprado una casa.
Me he enfrentado a una mudanza.
Y he sobrevivido.
He sobrevivido a las veintiocho mil novecientas noventa y cinco llamadas que he tenido que hacer para cambiar los contratos de luz, teléfono, gas, comunidad e internet, he hablado con personas, con máquinas, con personas que parecían máquinas y con máquinas que se me antojaban personas, he descubierto que una empresa comercializadora no es una empresa distribuidora, que aunque dos empresas pertenezcan al mismo grupo y te pongan la misma musiquita de fondo, no comparten datos ni tienen intención de compartirlos, que te pueden hacer un contrato mal, dos también, y que al tercer mes de equivocaciones te llegará una factura que desearías no haber nacido.
He sobrevivido a un fin de semana dedicado en exclusiva a limpiar el polvo del lijado sin polvo del parqué, a las neuras que un parqué recién lijado crea en personas anteriormente cuerdas (“¡no! ¡la aspiradora no! ¡usa la mopa!”, “está bien, usaremos la aspiradora, ¡pero no la arrastres! ¡yo la sujeto!”) y a la más dura evidencia: el parqué se raya a los dos días, es inevitable, pero asimilar este hecho puede llevar semanas (¡e incluso meses!).
He sobrevivido a una caldera de tiro potencialmente explosivo, al precio (desorbitado) y el montaje (inacabable) de una caldera nueva, y a las discusiones que ésta ocasiona (“¿pongo la calefacción, cariño?”, “¡ni se te ocurra!”, “¡pero es que tengo frío!”, “¿frío? ¡frío! ¿cómo vas a tener frío, si estamos en mayo?”).
He sobrevivido a la odisea de elegir un color para pintar las paredes (sólo pudimos ponernos de acuerdo en uno entre cien mil, y de ese color están pintadas), a la de preparar las habitaciones para la batalla (la cinta de carrocero y yo somos incompatibles) y a las críticas implacables de mi suegro una vez terminada una obra que yo consideraba de arte (“huy, esta pared ha quedado fatal… mira, mira… ¡si todavía se ve lo blanco!”).
He sobrevivido a una mudanza que amenazaba con hacer que mis brazos se estirasen alrededor de quince centímetros (cada uno), realizada utilizando tecnología mudancil de última generación (es decir, bolsas del carreful) y recorriendo la increíble distancia de cuatro pisos sin ascensor (la celulitis debería de haber desaparecido, pero no lo hizo; el dolor de cuello, tampoco).
He sobrevivido a mantener una habitación del pánico (así la bautizamos) llena de libros, dvds y otros objetos no identificados (todavía me pregunto de dónde han salido algunos de ellos) especialistas en generar polvo (pelotero cual criter) durante demasiadas semanas.
He sobrevivido a la inenarrable experiencia de probarme la ropa de cuando tenía veintimuypocos años, para donar aquella que no me ponía desde entonces y que ahora no cabe en nuestro irrisible aunque provisional armario (contaba con los kilos ganados; de la deformidad consecuente, me había mantenido felizmente ignorante).
He sobrevivido, en fin.
Y me siento encantada de estar de vuelta.
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De vuelta (Crónicas de supervivencia)
Publicado el 13 mayo 2010 por EncantadaTambién podría interesarte :