Bueno, yo me bajé de la red, con la siguiente argumentación:
Gente facebooker, estuve recapacitando. En tren de vivir por inercia lo menos posible (cosa que sucede en un muy bajo porcentaje, pero que sigo intentando), de pensar en por qué se hacen las cosas y no simplemente hacerlas (cosa que también consigo en muy bajo porcentaje, pero que sigo intentando), de controlar el ego y la importancia personal (tarea dificilísima, pero que sigo intentando), me bajo de Facebook. O más simple, sin tanta perorata para una simple red (podrán decir) –que yo considero catastrófica, pero entiendo la mayoría no-: creo que Facebook es una demencia total en la que se pierde un tiempo abismal y al que no le encuentro ningún rédito más que la exposición banal, el chusmerío y la histeria colectiva. Eso, además de la cantidad de información que está puesta al servicio de no sé quién. And so, apoyo la idea del escritor Fabián Casas: “Hay que ser invisible”. Chau, si nos vemos… ¡nos vemos en la calle! Como ha de ser. (Y para los que digan, “bajate y ya”, yo les contesto que ¡aguante la argumentación, fuckers! Y para los otros que ya sé lo que dicen, les digo: no, no se puede hacer un uso responsable de esto).
Entonces llegó el momento de desactivar la cuenta, momento en que Mr. Facebook me lanzó fotos con amigos y -apelando a sus nombres propios- me aseguró que ellos iban a extrañarme. Uf. Igual persistí en mi salida y, again, Mr. Facebook me pidió explicaciones, el muy atrevido. Se las negué, por supuesto, pero... ¡pero no me dejó ir! ¡Tirano! No pude más que argumetar y contarle que el motivo de mi salida es que no lo encuentro útil. A lo que él, insistente, el muy indigno, siguió en su afán de convencerme enumerando todos sus beneficios. Por suerte pude atravesar todas estas peripecias, puse mi contraseña, copié unas letritas y... Chau!