No la llevé en mi barriga, pero aquel viajecito de 24 horas, fue como un parto. La divisé entre un montón de cabezas, en el hall de un hotel de Guangzhou, y supo desde el primer instante, al lanzar sus brazos a mi cuello, que por fin había llegado su madre.
Tiene la mirada más transparente de la tierra, la sonrisa perenne y un genio de mil pares de demonios. No lleva mis genes –ni falta que le hacen- pero sí mis gestos y entonaciones, mis inquietudes y mis colores, mis amigos y mi corazón.
Mañana se cumplen 10 años de mi viaje a China, de mi encuentro con aquella enana que me cambió la vida. De allí le queda la agilidad, el nervio y los rasgos de porcelana, de aquí ha mamado la tierra de vinos, el acento y la libertad.
Lo que más me importa es brindarle oportunidades, ofrecerle un abanico de caminos, que no pierda la curiosidad y que herede la fuerza para volver a ponerse en pie. Que sepa que el casualismo nos llevó a unirnos, y que no hay nada ni nadie en el mundo, a quien yo pueda querer más.
Pat, este post es para ti ;)