Decisiones

Publicado el 16 agosto 2019 por Aidadelpozo

Intento ponerme en el lugar de los demás, mira que lo intento. Considero que soy una persona dialogante e intento ver todo desde distintas perspectivas. Si alguien es capaz de demostrarme que me equivoco, doy mi brazo a torcer. Podría ser orgullosa y mantenerme en mis trece, pero carece de sentido para mí hacerlo a sabiendas de que la otra persona me ha sacado de mi error.

Pero cuando la palabra "amor" sale en una conversación, me cuesta ver a través de los ojos de los demás. En eso, aunque lo desee con fuerza, no consigo empatizar. No entiendo que, en general, las personas no persigan lo que desean y elijan la senda que no les conducirá a aquello que quieren. Cuando pregunto a quienes siento que se equivocan a conciencia por el motivo por el que decidieron tomar una decisión sabedores de que no era la correcta, su respuesta suele ser "no lo entenderías". Supongo que lo hacen para taparme la boca y no argumentar contra lo que considero un acto de cobardía. Y sí, en eso les doy la razón. No entiendo nada. Escribo sobre el amor y su contrapunto, el desamor; sobre gente herida, sobre errores, sobre miedos y sobre el amor y su lado carnal, el sexo. Siempre hallaréis en mis relatos y poemas ese nexo de unión, el amor.

Hace poco hablé con un amigo a quien, tras relatarme su encrucijada sentimental, pregunté por qué había elegido intentarlo con una mujer cuando me decía que se había enamorado de otra. Se justificó alegando que debía dar una oportunidad a aquella pues yahablaban de futuro juntos, bla, bla, bla. No entendí su argumentación y temí que la conversación fuera a llevarnos a un círculo vicioso; el de no entender yo e intentar explicarme él lo que para mí es incomprensible.

Yo me divorcié porque dejé de creer en el proyecto común de pareja, porque me vi atrapada en una jaula opresora y, pese a que sabía que iba a emprender un duro camino; rompí mis cadenas aun enfrentándome a mis propias hijas.

No había nadie más, ningún hombre me esperaba para recoger mis pedacitos, nada tenía y el futuro era incierto. Incluso mi madre me recriminó mi decisión, pese a que la hija era yo y no él, y hasta a ella me enfrenté. Con una sola frase di por cerrada la cuestión: "no sé lo que quiero, pero lo que no quiero, sí lo sé".

Tras este inciso, comprenderéis cómo soy y cómo pienso ante los actos de cobardía, y mi amigo me estaba sacando de mis casillas. Ante su respuesta -"no entenderías"-, quise intentar comprender su decisión e insistí en hablar sobre la otra mujer, aquella a quien decía amar.

Le comenté que si así se sentía, enamorado, volvería a buscarla, pues no emprendería tal proyecto de futuro con la otra y que aún podría tener la oportunidad de ser feliz con la mujer a la que amaba. Me contestó que no la buscaría, que si fracasaba con la primera, no le pediría a la mujer que amaba una oportunidad. Prefería perder a las dos. Volví a quedarme perpleja. Amaba a una mujer y elegía a otra a la que daba su tiempo, sus horas, con la que había decidido compartir un posible futuro juntos, pues consideraba que era a la otra a la que debía darle una oportunidad por diferentes circunstancias que me relató y que aquí no vienen al caso, y dejaba a la deriva a la mujer que amaba.

Esa expresión no salió de su boca, -dejarla a la deriva-, pero supuse que así la dejaría, pues si era correspondido y ella conocía la decisión de mi amigo, estaría tan confundida como yo y, además, rota. Obvié preguntar más sobre ella y él continuó relatándome los pormenores de su decisión.

Me comentó que a esa mujer no la quería perder si le iba bien con la otra y el proyecto de vida común marchaba adelante. Le pregunté qué había respondido ella, y si sabía él si era correspondido y me dijo que tenía dudas, que no era como la otra, que era muy diferente y quizás sí lo amaba, pero no estaba seguro de ese amor.

No pregunté si la decisión que había tomado fue motivada por esa duda que le asaltaba pues, tras nuestra charla, entendí que para tomarla habían prevalecido no sus temores, sino otras cuestiones.

De ese modo entendí que no quiso correr el riesgo de averiguar si su amor era correspondido. No le entiendo, pero tampoco le culpo. Pocas personas tomarían la decisión que tomé yo: dejarlo todo sin tener nada. No era su caso, él apostaba por algo seguro y dejaba en puerto su corazón, temeroso de correr un riesgo innecesario.

Dudé por un momento que esa mujer fuera a ser su amiga en el futuro, cuando, sabedora de que él había dado su cariño y su tiempo a quien no amaba aunque, cuando horas más tarde reflexioné sobre nuestra conversación, me dije que si le quería de verdad, permanecería en la distancia como amiga, se alegraría de que él fuese feliz y sonriera, desearía que no se amargase la vida pensando en ella como ese amor al que dejó escapar, y todos los días tendría un pensamiento de protección hacia él, pese a haberle visto partir de forma tan dolorosa.

Curiosamente, semanas más tarde volví a coincidir con mi amigo. Había reflexionado, cambiado de idea y ahora estaba con la mujer que amaba. Deseé que los dos fueran felices pues, en el camino que habían emprendido, los obstáculos salvados habían sido tantos y tan profundos, incluidos los que de la mente de mi amigo, que sentí que los cimientos de aquella relación eran solidos y duraderos.

Nos despedimos con un abrazo y una sonrisa. Espero que me cuente pronto la segunda parte de su aventura.