Revista Diario

Declinando la tarde...

Publicado el 24 junio 2011 por Negrevernis
Roberto, que dice a sus veintipocos años que debería haber nacido hace más de treinta, me cuestionaba hoy el porqué dedicarse a la educación. Él, que ha acabado sus estudios universitarios y colecciona ahora másters -no sé muy bien si para retrasar el momento de enfrentarse a la bofetada laboral o para sacar algo más de partido a su gran capacidad intelectual- bandea ahora sobre qué hacer con su futuro. Y se veía, tal vez, como profesor.
- Ahora no estás muy optimista con esto, Negre, pero, ¿merece la pena el ser profesor?
Difícil respuesta cuando estamos en junio, a horas de entregar las notas finales, con cansancio acumulado -porque, oiga, que esto no es trabajar en la mina, claro, pero la tensión física y el agotamiento intelectual también existe-, y poca gana de luchar contra las calculadoras de los padres. Le contestaba yo que a él no le veía de profesor en las aulas de adolescentes, batiéndose contra el quiero yo y no puedes porque no quieres, tú, a él, que es ácido como un limón, irónico hasta decir basta; tal vez, sí, con alumnos mayores, calmadas ya las hormonas del Bachillerato y con breves decisiones ya tomadas.
Pero, a la vez, que las aulas tenían un buen regusto, mirando los meses transcurridos, a conversaciones de pasillo con el grupo de alumnos con el que se llega a conectar después de tantos apuntes, ejercicios, esquemas, cuadros, trabajos y pizarras -verdes, blancas, negras-, o la luz en los ojos de un incipiente Alumno Luminoso que se da cuenta de que la operación de septiembre "cría fama y échate a dormir" es sólo, al final, para que quede claro quién debe imponer las normas en el gallinero de 1º de ESO, pero hace como que no se da cuenta. O, pese a quien pese, la satisfacción del deber cumplido cuando, mira por dónde, se ha logrado conseguir que la alumna del fondo se entere de cómo va eso de los ejes cronológicos.
No sé con certeza, peroquizá lo de merecer la pena debe de tener algo que ver con poder tomar un refresco cuando declina la tarde, con toda calma, con un antiguo alumno, y no darse cuenta en la conversación de que han pasado dos horas...
Declinando la tarde...

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