Perder un amor, sentir morir un amor, puede ser peor que perder una parte de una misma; parece que la pérdida vuelca el universo y se está acabando el mundo: el que incluye a todos los otros que andan por ahí haciendo sus vidas como si no importara lo que ha ocurrido. Así que es fatal. Una puede llorar y llorar, o pasar directamente a la autodestrucción. Luego, si una no está realmente mal de la cabeza y/o tiene una buena red de apoyo, o es capaz de arrastrarse hasta un diván, o se acerca a alguna disciplina de autoconocimiento, o empieza un camino de búsqueda espiritual... luego: la cosa termina. Y no vuelve a pasar.
El mal de amor en su punto, vacuna. Después de sentir que una está muriendo o que una está muerta aunque el cuerpo siga por ahí moviéndose, una sabe que en realidad, no va a morirse. De hecho, nunca se vuelve a amar de la misma manera porque no hay más creencias fantásticas sobre la necesidad del otro. Y ya no puede una cantar "sin ti, no podré vivir jamás // sin ti es inútil vivir".
Como yo tenía endiosada a mi pareja, y sobreviví al mal de amor haciéndome cristiana, empecé a notar en las canciones, cuánto se pone al ser amado en el lugar de Dios. Me empezó a pasar que oía alguna canción, y pensaba en eso respecto a Dios; entonces pensaba: qué cosa, estarle diciendo esto a un ser humano. Sabía que el drama vende y que así son las relaciones; pero de todas formas, me sorprendía cuantísimo se pone a otra persona como fuente de vida. Claro que es bonito emocionarnos con frases como: "eres mi vida, eres mi sol"; pero tanta caracterización del amor como un vínculo de dependencia en el que se pone al otro en un lugar imposible de ocupar por un persona, para mí que tiene efectos... y si es nada más un reflejo de cómo nos enseñan a amar, tiene lo suyo de escandaloso.
Silvia Parque