LA casita verde, aquella que representa la armonía y el equilibro, la verdad, la virtud, el compromiso, la ética y la estética. Dentro de la casita verde asoman los pequeños en busca de alimento. La rama de encina soporta la sobriedad y el tacto.
A partir del minuto uno y treinta segundos, suena libre de la tormenta, que dijo Garcilaso. En la casita verde. La necesidad del alimento. Y tú tan guapa.
Leo a Dante, desayuno con Platón, almuerzo con Parra y duermo con Claudio en la noche, allí en la claridad. La verdadera noche es claridad, el reflejo del espejo con el marco marrón que compré a un indio en Portobello Road. Me dijo que poseía poderes mágicos, reflejos sorprendentes. Lo colgué frente a la puerta del baño, justo donde la ventana observa la entrada al laberinto, el caño del pilón, las hierbas aromáticas.
El espejo, con marco, se cayó en tres ocasiones pero nunca se hizo añicos, permanecía intacto como las estrellas o las nubes. Daba saltos de alegría y proseguía reflejando. Uno a uno los autores se vieron reflejados. El espejo poseía una memoria interna que guardaba los síntomas, las insinuaciones, la verdadera esencia del verdadero presente.
Sé de cosas, de muchas cosas. Las conté a Natalia, a Diego, a Nacho o a María. En el banco de san Clemente apreté mis manos con las tuyas y apareció Sharleen. La fusión de las artes se hizo verbo, y habitó entre los justos. Eran las vueltas de la vida. Una tarde de diciembre, era en el mes de mayo, justo cuando el madroño florece y deja frutos.
Me escriben los amigos para decir te quiero y esas cosas que se dicen sin más, por eso mismo. Y sonrío. No amarás al prójimo como a ti mismo. Ríe, no dejes de reír. La virtud es la risa, la alegría. Los siniestros no sonríen, permanecen erguidos como las sombras o el humo. El cigarro se apaga, llora Wagner. Viene la muerte con su cara de pena.