Era una calurosa tarde de noviembre en las viejas salas de disección del subsuelo de la Facultad. Mientras trataba de concentrarme en mi tarea no pude evitar enjugarme el sudor de la frente con el codo que constituia el unico espacio de piel desnuda disponible entre los guantes y mi tunica arremangada. El penetrante aroma del producto quimico que impregnaba el aire se habia desvanecido hasta hacerse tolerable, o bien ya me habia acostumbrado a ello; a diferencia de la fuerte irritación en los ojos que producia. Continue hurgando con celo profesional en el interior del cadaver: por algun motivo esa maldita vena no aparecia donde deberia estar. No es demasiado inusual para un anatomista novato perderse en los confines de nuestro organismo. Sobretodo porque el mapa no es exacto al cien por ciento (dado los individuos varian bastante) y fue trazado por algunos franceses del siglo pasado.
Me hallaba en la dura tarea cuando reparé por enésima vez en el rostro inanimado del cadaver. En esa mirada vacia enmarcada en un rostro que apenas parecia humano, como una mala máscara de lo que un tiempo fue un rostro de una persona. Hecha de algún extraño material acartonado humedo y frio parecia un grosero remedo de lo que otrora fue piel rosagante viva, ahora muerta y parduzca, de un color cuasi indescriptible. Triste y noble destino de un organismo terminar revelando los secretos de su propia constitución y que ello termine en su destrucción. Me preguntaba acerca de la existencia de esta persona, acerca de si con estos mismos brazos habia abrazado o si con esos ojos habria contemplado el firmamento que comenzaba a aparecer por la ventana. Me intrigaba conocer el sonido de aquella voz, el tenor de su caracter, y del simple hecho de saber si nos habriamos cruzado alguna vez en otros tiempos más dichosos en los que este futuro pareceria un simple cuento macabro.
Sumido en esas reflexiones estaba cuando un murmullo en la sala me hizo volver. Mi mente sobresaltada comenzó a trabajar de apuro. Corrí con tanta suerte que encontré en seguida la dichosa vena a la cual segui hasta su desembocadura para cerciorarme de su identidad. Sin levantar la mirada supe con exactitud lo que ocurria en la sala: un sentimiento que solo podria describirse como semejante al Déjà vu me hizo caer en cuenta de profesores avanzaban hacia mi mesa. Vi esta escena en blanco y negro; el protagonista no era yo pero se encontraba en identica situación. Las ropas parecian antiguas asi que intui que era una escena de principios de siglo: un profesor de rostro severo se dirigia implacable hacia una mesa seguido por un sequito de asistentes entre los que se destacaba uno con un enorme cuchillo de mango decorado. Azorado por lo inusual de la sensación cai en la cuenta de que el lugar era el mismo y de que los sujetos deberian encontrarse ya muy cerca mio. Volvi en mi y vi a mis espaldas un rostro barbudo y severo: El Profesor habia llegado.
-Veo que ha hecho un buen trabajo, jovencito- dijo con pedanteria el Profesor Aldous Korigniac al observar mi región recien disecada Los nervios que me dominaron fueron rápidamente sustituidos por el asombro. El viejo le hizo una seña a su acompañante: un hombre joven de expresion amable, un palido y callado ayudante de catedra al que nunca habia visto y en cuya tunica podia leerse el nombre Martin Dolmás. Este sacó de una vaina una larga y afilada cuchilla tramontina con la cual, y de un solo corte, arrancó de forma asombrosamente limpia cada uno de los miembros del cadaver. Recién alli reparé que traian tras ellos una vieja camilla cubierta de herrumbre repleta de brazos y piernas cadavericos cuyo color se parecia al de la camilla que los sostenia. Era el material para los parciales, los cadaveres de la sala definitivamente parecieron menos humanos desde ese dia.
Mientras disfrutaba del asombro de mi expresión el viejo me excrutaba con su mirada altanera y acariciaba su bigote con recelo. Reconocí la actitud al instante. "No te metas entre un Nazgul y su presa" solia bromear cuando veia al viejo en su conocida y temida pose de carroña, pero esta vez era feo ser la presa.
-Digame -continuó, no sin cierta sorna- ¿como me describiría la región inguinocrural?.
Tal fue el terror en que me habia sumido la aparición tan repentina y del acto que le siguió (como si el viejo deiablo necesitase el elemento sorpresa para cohibir a un alumno) que me quedé mudo. El Señor Profesor, como se hacia llamar, sonreia satisfecho: preguntar una región que se habia estudiado hacía más de un mes era su arma favorita (dificil y completamente legal). Sentía la rabia y la frustración crecer en mi: habia repasado hace tan poco tiempo el tema que deberia estar claro en mi mente, sin embargo por esos curiosos azares de la memoria no podia recordar palabra alguna. En mi nerviosismo alcancé a ver la mirada apremiante del acompañante el pálido asistente. Este parecia mirarme a mi y al cadaver en forma alternante. Seguí su mirada desesperado y vi que se dirigia hasta la misma zona inguinocrural entonces la sensación se repitió. -Déjà vu -pensé-. En forma repentina la escena volvia a ser en blanco y negro, esta vez era un lugar diferente en un tiempo aun más remoto que el anterior. Un joven pálido y barbado repetia en voz alta una lesión frente a un pequeño auditorio mientras disecaba un cadaver: disecaba la región inguinocrural.
Sintiendo un subito alivio sali de mi ensimismamiento y comencé a hablar con la seguridad de quien está viendo un claro mapa del tema en su mente. No necesité mas que el inicio, ya que pude abandonar a voluntad propia la visión y culminar la exposición con mis propios conocimientos. El profesor me contemplaba con su mirada de poker, en sus adentros lleno de rabia por la presa que habia escapado: hoy no podria ejemplificar al resto de los vagos estudiantes lo que ocurria cuando no estudiaban lo suficiente. Claro que en su catedra lo suficiente no era ni cerca humanamente posible. Eso no impidió que hiciera con burla algunas correcciones nimias y agregara otros datos relacionados y de no mucha importancia como para dejar sentado que quien poseia la sabiduria enciclopedica era él.
Acto seguido y no sin frustrarse visiblemente dio vuelta sobre si mismo y se retiró sin saludar. Aliviado observé como su sequito se retiaraba con él y como el palido ayudante de catedra me lanzaba una mirada complice. Tres ideas cual tres nuevos deja vu cruzaron mi mente: imagenes vividas de una facultad de medicina de la Viena antigua, antiguas fotos de Tolkien y del museo de anatomia de mi misma facultad, y el claro recuerdo de un papel arrugado que decia "Memoria Universal: El camino se inicia con la sola mirada, la sensación marca el buen sendero" debajo de la frase un galimatias KR1869-FR1905-PD1956 (vst1972)-MD2010. Mientras mis compañeros se acercaban a saludarme por la reciente victoria no pude más que sonreir tranquilamente. Era incapaz de sacar de mi mente el recuerdo de un rostro pálido y amigable junto con la intrigante sensación de que lo habia visto en algun lado, y que lo volveria a ver pronto.