Dejar de escribir es como dejar de ir al gym o ejercitar, ensayar, entrenar, tirarse de cabeza a la operación escri-Thor.
A estas alturas no se trata de comprender cómo es posible que haya quienes puedan dejar de escribir los mismos que se definen como escritores, pero existen, aunque no lo dicen todos quienes abandonan la escritura.
Pero luego pasa lo que pasa y para cuando quieren volver a echar ríos de tinta, les cuesta más volver a coger el ritmo de teclear una hora —por lo menos— al día.
Si bien existen ejercicios y métodos sencillos para retomar el hábito de la escritura como este que ya te comenté hace tiempo, puedes simplemente liberarte de la presión y relajarte compartiendo tu experiencia con otros escritores y lectores, ya que son los que finalmente te van a leer.
Esta semana han venido algunos amigos para contarnos los detalles de su destreza en estos casos.
Ellos son Marimar González Gómez, Alejandro Fernández y Aritz P. Berra.
Dejar de escribir es como dejar el gym
No estoy hablando del miedo a la hoja en blanco, o de la “falta de inspiración”, que también es un factor a tener en cuenta. Sino del esfuerzo faraónico que muchos de nosotros hemos sufrido o sufren en estos momentos, para retomar la escritura bien sea con el objetivo de escribir un relato, poema, cuento, novela, o una leyenda mitológica oscura y fantasiosa postapocalíptica.
Sequía literaria
Primero ponte en los zapatos de aquel escritor o escritora que, después de una temporadita con el procesador de textos apagado, directamente, se sienta de nuevo frente al portátil o frente al cuaderno y se encuentra de pronto en terreno hostil, en un lugar inhóspito donde ya no reconoce los verdes prados ni tampoco existen los ríos donde solía quedarse con los pies en remojo.
Entiende esto como una metáfora para decir que antes escribía sin parar su obra magna.
Ahora todo es vacío y mucho eco. Tal vez escuche música de fondo, pero no deja de ser duro, muy duro, y solo puede permanecer con lágrimas en los ojos durante horas con la impotencia bloqueándole los dedos. ¿Te ha pasado?
Quizá no seas tan dramático y te lo tomas con más sentido del humor. Si es así, te felicito. Si eres de los que lloran, te recomiendo una tarrina de helado de chocolate por eso del bajón de azúcar que produce el llanto.
Así que, en lugar de darte los típicos consejos y trucos para salir del atasco, prefiero hablar del asunto en cuestión como si esto fuera una reunión de borrachos empedernidos, y he invitado a unos amigos para que nos cuenten de primera mano lo que sienten cuando, por H o por B, se ven abocados a dejar de escribir.
Alejandro Fernández Monte
hay que ser consciente de que vale más parar. Meter la novela temporalmente en el congelador y finiquitar otros temas más urgentes, esperando (buscando) el momento en que pueda dedicarle a la escritura el tiempo y esfuerzo que merece
El artículo de David llega en un momento muy adecuado en mi caso, pues en esas me hallo. No sería exacto decir que he dejado de escribir, ya que sigo con la misma actividad en mi blog, por ejemplo. Pero sí que tengo la novela en que estoy trabajando aparcada desde hace dos meses.
¿Y eso por qué? Pues porque lamentablemente mi trabajo nutricional no es el de escritor y, amigos, hay que pagar facturas. O dicho de otra forma, porque hay prioridades, poco tiempo y escasas energías ya (necesito unas vacaciones como el comer), de tal forma que otras actividades van por delante, y lo vas dejando, lo vas dejando…
Se une a esto la circunstancia de que me he visto un poco atascado en la novela. Nada grave, pero que me supone un esfuerzo extra al intentar retomarla.
Total, que a veces hay que ser consciente de que vale más parar. Meter la novela temporalmente en el congelador y finiquitar otros temas más urgentes, esperando (buscando) el momento en que pueda dedicarle a la escritura el tiempo y esfuerzo que merece. Que en mi caso, por cierto, creo que será el mes de agosto.
Porque la realidad es que no quiero escribir “obligado”. No quiero parar y arrancar cada poco, como si estuviese en un atasco de tráfico. Necesito escribir con cierta fluidez, con la garantía de que al terminar hoy podré continuar mañana. Disfrutando del proceso, resolviendo con la energía adecuada los entuertos y requiebros en los que me encuentre, sin prisa pero sin pausa, avanzando sin otras distracciones (o al menos con las mínimas).
El momento en que deje de disfrutar escribiendo, sencillamente, dejaré de escribir (ojalá esto no ocurra nunca). Por eso es bueno ser consciente de que no todas las épocas vitales son apropiadas para darle a la tecla. En lugar de una escritura oxidada y a trompicones, producto de esporádicas sesiones cuando el calendario lo permita, prefiero aprovechar las épocas menos apretadas en las que pueda aporrear el teclado como se merece: con dureza, constancia y, en definitiva, con plena satisfacción por mi parte.
¡Gracias por cederme parte de tu espacio para hablar de este momento de parón, David!
Aritz P. Berra
Si me rendía y volvía a dejarlo, tardaba mucho tiempo en recuperar aquello que tanto me gustaba. Pero si a pesar de esas nubes negras mentales seguía constante, llegaba un día en el que lo escrito volvía a gustarme. Y entonces no podía dejar de escribir
Desde mi adolescencia dos pasiones han llenado horas y horas de mi vida: La escritura y el baile. Para mí eran mi canto a la libertad, mis ratos de creación y expresión libre. Y en ambas ocurría algo muy similar, si pasaba un tiempo sin practicar necesitaba volver a coger el ritmo, y costaba mucho.
En el baile, al dejar de practicarlo te vas sintiendo torpe, menos flexible, y comienzas a notar tu cuerpo pesado. Y entonces decides ponerte de nuevo en marcha, soñando con que en cuanto sonara la música volverías a bailar igual, pero nunca ocurría eso. Tropezabas, olvidabas los pasos, por no hablar de las terribles agujetas que te acompañaban los primeros días (incluso semanas). Pero al final, con constancia volvías a recuperar la forma pasada.
Con la escritura me ocurría lo mismo. He pasado distintas épocas en mi vida en las que por razones personales, de estudio o laborales he dejado a un lado la escritura. Cuando esa época cambiaba volvía a coger mis cuadernos y mi ordenador, soñando con volver a escribir como antes. Pero nunca ocurría. Me horrorizaba leer lo que escribía los primeros días. No tenía ritmo, ni inspiración, y parecía como si mi vocabulario se hubiera quedado en la mitad. Incluso al teclear sentía los dedos anquilosados. Había incluso veces en las que sufría y pensaba que si lo que había escrito antes tiempo atrás me gustaba era simplemente cuestión de suerte, que nunca escribiría nada nuevo que mereciera la pena.
Y ese era el momento clave. Si me rendía y volvía a dejarlo, tardaba mucho tiempo en recuperar aquello que tanto me gustaba. Pero si a pesar de esas nubes negras mentales seguía constante, llegaba un día en el que lo escrito volvía a gustarme. Y entonces no podía dejar de escribir. Ese duro periodo hasta coger de nuevo el ritmo solía llamarlo agujetas de escritura. Lo sé, un concepto bastante tonto, pero me servía para entender que era un proceso necesario para recuperar mi forma literaria.
Marimar González Gómez
Con la escritura pasa igual. Te emocionas, te enamoras, te estabilizas y alcanzas una rutina una vez el primer subidón emocional ha pasado. Ese horario autoimpuesto es el que te salva de tirar la toalla cuando el capítulo que tienes delante no es lo que más te apetece escribir
El pulso se te acelera haciendo resonar cada vez más fuerte tu corazón en el pecho. Apenas puedes desbrozar las ideas que llegan en un torrente caótico a tu mente, mientras tiemblas buscando un pedazo de papel dónde plasmarlas. El chute de endorfinas que va directo a tu sangre completa el subidón de la chispa mágica que te llevó hasta el momento en que tú, querido escritor, encontraste tu nueva idea.
¿Pero es tan emocionante cada vez que te sientas a teclear otro capítulo de la historia? Desde luego que no. Cuando surge la chispa, la reacción del cuerpo es parecida al de una clase de gym, cuando practicas deporte habitualmente, bastante aproximada a la de un flechazo a primera vista, es la emoción de la caza. Todos tenemos nuestra droga, la que nos hace saltar por los aires los neurotransmisores cerebrales y nos produce el placer de disfrutar con lo que estamos haciendo. No hablemos de chocolate con almendras que me pongo tonta.
Llámalo atracción o llámalo amor.
El problema está en la inercia. Cuando llevas dos meses yendo a natación como es mi caso y de repente no vas una semana por H o por B. La siguiente semana, salir temprano de la cama para meterte en ese pozo desolado de agua fría climatizada se te antoja peor que bajar a los infiernos (sobre todo si es invierno). Sin el parón ni te lo hubieses planteado, pero queridos, la rutina es necesaria para mantener ciertos hábitos.
Con la escritura pasa igual. Te emocionas, te enamoras, te estabilizas y alcanzas una rutina una vez el primer subidón emocional ha pasado. Ese horario autoimpuesto es el que te salva de tirar la toalla cuando el capítulo que tienes delante no es lo que más te apetece escribir, cuando llevas horas trabajando para pagar las facturas antes de sentarte en el pc o cuando te levantas con un catarro de narices. La semana que dejas a tus personajes en manos del destino más vale que sean fuertes, porque a la vuelta a la rutina tendrán que enamorarte de nuevo.
Dejar de escribir no es tan grave
Si te sientes en un parón creativo, debes tener en cuenta que es muy posible que estés en el buen camino. Lo grave sería que ni pienses en escribir o que hayas decidido abandonar esta gran pasión.
Como te dije antes, hay métodos, ejercicios. Se trata de realizar una búsqueda en Internet o darte una paseo y leer blogs especializados. Si necesitas que te eche una mano, no dudes es escribirme un correo y juntos encontraremos el camino que andas buscando
¡Muchas gracias a los tres por pasar este ratito en casa!
¡Besos y abrazos!
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