Normalmente asociamos el “dejar ir” con la pérdida, lo cual suele generar una sensación amarga. Quizá hemos asumido que tenemos que dejar ir todo aquello que nos daña, pero aún así no logramos despojarnos de esa sensación de abandono, vacío y desamparo. A veces sentimos que ese dejar ir implica soltar los asideros de la seguridad y lo conocido para lanzarnos al vacío sin paracaídas.
Obviamente, esa sensación no nos ayuda a dejar ir, al contrario, genera una fuerza opuesta que nos mantiene atados a lo que nos lastima. Aunque somos conscientes de que debemos dejar atrás el lastre, la sensación de pérdida es tan abrumadora y la incertidumbre tan grande, que nos aferramos a ese peso. De esta forma podemos pasar meses o incluso años debatiéndonos entre el aferrarse y el soltar.
Nuestra terrible aversión a la pérdida
A lo largo de nuestra vida hemos ido desarrollando una profunda aversión a la pérdida. Se debe a diferentes mecanismos psicológicos que se ponen en marcha, la mayoría de los cuales no son más que ilusiones que hemos asumido como verdades.
- Sensación de seguridad. Una de las principales causas de nuestra aversión a la pérdida radica en nuestros hábitos. Los hábitos nos brindan seguridad porque nos permiten mantener nuestro entorno relativamente bajo control. Si todos los días hacemos más o menos las mismas cosas, creemos que minimizamos las probabilidades de que ocurra algo malo. Toda pérdida implica un reajuste de esos hábitos, por lo que sentimos que la seguridad que hemos construido se tambalea. Entonces tenemos miedo. En realidad, basta pensar que ese control es bastante ilusorio, se trata de un frágil castillo de naipes que cualquier pequeño cambio puede echar por tierra. Al inicio esta certeza genera ansiedad, pero luego es liberadora.
- Pensamiento dicotómico. Solemos pensar en términos extremos y antagónicos, por mucho que nos esforcemos por ver los colores, lo cierto es que el patrón de pensamiento aristotélico que nos han inculcado es en blanco y negro. Por eso, asumimos que la pérdida es el vacío, en contraposición con la ganancia, que asumimos como sinónimo de plenitud. Este tipo de pensamiento está sesgado y nos impide asumir una perspectiva más amplia y compleja del mundo, una perspectiva que nos ayudaría a eliminar una gran parte de nuestra ansiedad existencial.
Dejar ir también es dejar llegar
Existe una parábola budista muy interesante que nos ayudará a lidiar con la pérdida y a soltar todo aquello que nos daña desde una perspectiva diferente.
Un hombre famoso por su erudición, decidió visitar un día a un reconocido maestro zen para que le enseñara lo que le faltaba por saber. El maestro lo recibió en el monasterio y lo invitó a tomar el té.
Apenas se sentó, el erudito le contó que había pasado toda su vida estudiando y le contó toda la historia del budismo zen. Por último, le dijo:
- He viajado desde muy lejos para que me enseñes todo lo que me falta por saber sobre el zen.
El maestro no le respondió, tomó la taza y comenzó a verter el té. Sin embargo, no se detuvo cuando la bebida colmó la taza, de la tetera seguía saliendo el té.
El erudito estaba asombrado. No podía creer que aquel famoso maestro del que todo el mundo hablaba, fuera tan descuidado. Sin embargo, no dijo nada.
El maestro zen siguió vertiendo el té, que ya ocupaba la bandeja. El hombre no se pudo contener, así que casi le gritó:
- ¡Detente! ¿Acaso no ve que la taza está llena y estás derramando el té?
En ese punto el maestro zen se detuvo y le respondió:
- ¡Exacto! Al igual que la taza de té, tu mente está llena. ¿Cómo pretendes que te enseñe si antes no la vacías?
En la filosofía budista se considera que para que se produzca un cambio realmente trascendental en nuestro interior, primero debemos ser capaces de deshacernos de todos los prejuicios, patrones de pensamiento, creencias y apegos que nos limitan. Solo podemos abrazar el cambio, cuando estamos dispuestos a abandonar lo que somos.
Desde esta perspectiva, el dejar ir no tiene una acepción negativa, todo lo contrario, es un proceso de crecimiento interior que sigue la ley del desapego, imprescindible para permitir que las nuevas cosas puedan ocupar ese lugar.
A veces, mantenernos encadenados al pasado, nos impide movernos hacia el futuro y todo lo que este nos depara. Las cadenas de los hábitos y el grillete de lo conocido nos mantienen sujetos, impidiéndonos aprovechar las nuevas oportunidades.
Por eso, podemos empezar a ver ese “dejar ir” como un paso necesario para “dejar llegar”. No se trata simplemente de una pérdida sino de un acto consciente de desapego a través del cual nos permitimos abrirnos a las nuevas experiencias. Se trata de un cambio de perspectiva que puede cambiarlo todo y que, sin duda, vale la pena.
Fuente:Carmon, Z. & Ariely, D. (2000) Focusing on the Forgone: How Value Can Appear so Different to Buyers and Sellers. The Journal of Consumer Research; 27(3): 360-370.