Dejaré que el silencio
se marchite en el alma,
y con él las promesas
de tus bellas palabras.
Me mentiste aquel día
y lloré por tu causa,
por negar la evidencia
que ante mí se mostraba.
Eras flor primorosa
y sabías tu gracia,
te rondaban los cuervos
con pasión y con ganas.
Y volaste a su lado
y lloré en la distancia,
al perder el latido
de tu pecho que amaba.
Dejaré que el silencio
ponga fin a la magia,
al embrujo silente
de tus dedos de plata.
Seguiré mi camino
que conduce a la nada,
a ese duro desierto
donde el alma se apaga.
Y allí mismo, desnudo,
gritaré en la distancia,
saciaré los sentidos
cual sediento sin agua.
Llevo espinas hirientes
en el pecho clavadas,
y una espada de hielo
tengo ya en las entrañas.
Dejaré que el silencio
haga suya esta guardia,
este adiós sin retorno,
de tu viaje y tu marcha.
Porque así lo quisiste
y rompiste la amarra,
que te ataba a mi lado
con su lazo de laca.
Sentiré que estás lejos,
más allá de la plaza,
más allá de la aldea
con tu trenza dorada.
Y al final, como siempre,
sentiré que me falta,
ese viento sublime
con la brisa que abrasa.
"...Dejaré que el silencio
ponga fin a mis lágrimas,
y al eterno vacío
de tu ausencia y tu barca..."
Rafael Sánchez Ortega ©
28/12/13