Revista Talentos

Del horno y otras delicias

Publicado el 14 febrero 2015 por Perropuka

Del horno y otras delicias

Lechón al ají, con ensalada de verdolaga y chuño aliñado con crema y cilantro


El último día de enero volví a Quillacollo después de varios meses. A pesar de la insistencia de mis primos que viven allá no suelo visitarlos frecuentemente. Lo que pasa es que no voy a provincia, les digo para zanjar el asunto, ni mucho menos a “cantones” refiriéndome a su sección Vinto, donde residen otros primos (Quillacollo y Vinto están a 11 y 15 kilómetros respectivamente, lo que se dice a la vuelta de la esquina, dentro del eje metropolitano). No me gusta Quillacollo, no es por su gente. Es esa su estampa de ciudad intermedia, con todos los excesos y fealdades de una urbe grande reunidos en un solo lugar. No es ni pueblo ni ciudad. Nula identidad a la que asociar, salvo su gigantesca festividad religiosa de Urkupiña, que se dice atrae devotos de todos los rincones del planeta. Yo ni por la virgen. Pero por una cosa horneada soy capaz de acudir al confín del mundo.
El último día de enero volví a Quillacollo porque era el cumpleaños de mi tío Freddy, hermano mayor de mi padre y actual patriarca de la familia. Si sus hijos nos convocaron es porque había banquete, de seguro. No siempre se le agasaja cada año (ojalá fuera así), pero mi tía se esmera tanto en cada detalle con la comida, que merece la pena almorzar sobriamente, por lo menos en mi caso. Porque, ah, la tarde se promete exquisita, aunque nunca falta la amenaza de una lluvia para aguarnos la fiesta. Enero es así. Con chaparrón o sin él había que nomás hacer el sacrificio de llegar hasta el sitio. 

Del horno y otras delicias

Bufet criollo, con ensalada solterito(centro), como tiene que ser

Acudieron algunos tíos y los sobrinos más próximos, que si no pasaríamos hambre entre tantos. Los varones sacaron ese viejo juego de la rayuela que es tradición familiar y a la que dificultosamente trato de adaptarme porque casi siempre me aburro ya que soy un perfecto inútil para achuntarle al hoyo o por lo menos hacer parar los tejos sobre el tablero de plomo. Lo que se dice estilo para los lanzamientos no tengo. Mientras los hombres seguían enfrascados en el juego y pagaban con coctelitos de tumbo cuando perdían, y las señoras mayores conversaban en torno de una mesa, los anfitriones empezaron a llenar de cuencos la mesa del bufet. Yo andaba acechando por ahí, cámara en mano, atento a los primeros aromas que dejaban escapar las bandejas humeantes. Impagable la sensación vaporosa de un chanchito en su jugo sazonado de ají colorado, ajo y especias. Llamaron al “autoservice”: ellos seguían con su rayuela y mis tías distraídas con la charla. Esperé a los mayores, como mandan las buenas costumbres. Como casi nadie se movía, fui uno de los primeros en atacar. La carne, lo que es para mí tiene que estar bien calentita. 
Comí el doble, tal cual acostumbro en ocasiones especiales. Si es por algo sabroso, no me hago de rogar. Por tales manjares me olvido de mi régimen de gimnasio de medio tiempo y por otro lado mi genética familiar ayuda. Después de todo, pertenecer a Los Latas (el apodo de mi abuelo difunto) tiene sus ventajas. Así de memorable estuvo el diachaku de mi tío Lata Freddy. Hasta me acoplé al juego, de buena gana. Después de un gustito así, lo que quieran, me dije. Pese a los chuflays y los denodados esfuerzos fracasé como siempre. Refunfuñé contra mí mismo. Hasta mi hermano menor se lució en mis barbas. Y eso duele.  

Del horno y otras delicias

Teníamos hasta agua del limonero para nuestros chuflays


Extra: Decía que no perdono cualquier cosa apetitosa que sale del horno. Hace unos meses cuando degustaba, en otro lugar, un cabrito asado con pastel de fideo, un niño que andaba jugueteando con otros chicos, cada un tanto venía a meterle el pellizco al resto de pastel de fideo que sobraba, ya frio. Justo lo que yo hacía cuando era un mozalbete: tenía la mala costumbre de meterle mano solo a la parte superior del pastel, su parte más crocante y deliciosa, formada por una capa delgada de ahogado de cebolla, tomate y ají, y salteada con rebanadas de queso que se fundían dentro del horno. El resto sabía a fideo cocido y punto. Ni qué decir de las papas al horno, glaseadas o no, devoradas con cáscara y todo saben mejor. Ah, si la vida sólo fuera devorarla.

Del horno y otras delicias

Pastel de fideo, tal como sale del horno

Del horno y otras delicias

Cabrito al horno que me zampé una tarde.

Del horno y otras delicias

Hasta me deleité con pavo relleno, yo que no soy de aves


Volver a la Portada de Logo Paperblog

Sobre el autor


Perropuka 231 veces
compartido
ver su blog

El autor no ha compartido todavía su cuenta El autor no ha compartido todavía su cuenta

Revista