Estos días en los que llueve día sí, día no, son muchas las madres que hemos tenido que echar mano al plástico del carro. El Pequeño usa ahora mismo un carro de paseo, más ligero y menos pesado que el trío que tenía antes (ya os hablaré otro día de los tipos de carros, que es un mundo a parte). El carrito en cuestión venía con un plástico. ¿Y esto qué es? Pues eso, un plástico que se le pone al carro y que protege al bebé de la lluvia, el viento o el frío.
Antes de salir de la tienda con el carro nuevo (que en aquel entonces era nuevo para el Mediano), viendo que tenía plástico, pedí que me enseñaran cómo ponerlo. La dependienta, muy amablemente, me dio las directrices pertinentes para acoplarlo perfectamente al carro. La verdad es que me pareció tan fácil que pensé que no me daría problemas. El carro lo compramos a principios de verano, así que el plástico quedó guardado hasta que llegó el otoño con sus lluvias.
Me acuerdo perfectamente del día en que lo usé por primera vez. El Mayor venía del colegio y la lluvia había acompañado durante todo el día. Así que me hubiera dado tiempo de sobra a sacar el plástico y montarlo en el carro. Pero tan convencida estaba de que el acople sería fácil que lo dejé para el último momento. Cinco minutos antes de la hora a la que solía salir, saqué el plástico y me dispuse a montarlo con el niño ya sentado. Por lógica deduje qué parte iba enganchada al manillar del carro. A partir de ahí, la lógica me dejó de lado.
Aquellas aperturas, aquellos velcros… ya no sabía si eran para enganchar a los hierros del carro o para que el niño sacara la mano, en plan me gusta conducir. Y a todo esto, el reloj corriendo. Al final, nublada por las prisas, lo puse como buenamente pude. Con mi niño mirándome con cara extrañada porque no sabía ni por dónde andaba yo, si por delante o por detrás, si por arriba o por abajo… Yo no hacía más que acordarme de la dependienta y de su buena madre. Con cariño, eso sí.
A los pocos días, más tranquila, sin niño y con más tiempo, me dispuse a montar el plástico en el carro y, al final, conseguí que me quedara como a la de la tienda. “No es tan difícil”, pensé, “en el fondo, está claro dónde va cada parte”. Bueno, pues sí, estaba claro… hasta que, después de un tiempo sin usarlo, lo necesité otra vez. Una foto. Le tenía que haber hecho una foto el día que lo montaron en la tienda. Porque, ésa es otra, el carro sí viene con un pequeño manual de instrucciones sobre cómo montarlo. Pero el plástico del demonio no.
CONTRAS:
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O yo soy la más patosa del mundo mundial o el artilugio está hecho a mala baba. Coño, que ni que estuviera jugando al Tetris… no tiene ni una indicación para saber qué lado va arriba y cuál abajo.
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Más les valdría a los fabricantes no poner tanta etiqueta innecesaria y repetitiva y poner un simple papelito con las instrucciones de montaje. Parece que hablo de una estantería de Ikea, pero, en serio, ¿soy yo la única que se siente así? Estoy convencida que monto antes la estantería que el plástico del carro.
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Hay varios tipos de plástico. Algunos tienen una especie de ventanita en la parte de arriba. El mío no. La echo de menos cuando entro en algún sitio porque tengo que retirar el plástico entero, salvo del manillar del carro. No sea que me quede a vivir en la tienda por no salir lloviendo sin haber podido poner el plástico.
PROS:
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A pesar de las dificultades para ponerlo como es debido, a pesar de lo inútil que me hace sentir, a pesar de todo, he de reconocerle la gran utilidad que tiene para que el niño no se moje o no tenga excesivo frío.
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El día que consigo ponerlo a la primera me siento capaz de todo. Si me lo propusiera, creo que podría dar con la fórmula de la fusión fría.
Llegados a este punto, seguro que alguna pensará que he aprendido de mis errores y que el plastiquito ya no me da más quebraderos de cabeza. Pues la verdad es que no me los da… salvo cuando necesito ponerlo. En estos tres años sigo casi como aquella primera tarde. Sólo os diré que lo saqué hace un mes o así, con las primeras lluvias, y ahí sigue, llueva o haga sol, no vaya a ser que, si lo quito con el buen tiempo, no sea capaz de ponerlo cuando vengan de nuevo los días nublados amenazantes de lluvia. A poner el plástico no habré aprendido, pero a ponerme a intentarlo con más tiempo sí. O si no, a no quitarlo, por lo menos, hasta julio.