Recordando un microrrelato que escribí hace tiempo, para un homenaje a Edgar Allan Poe. Si la novela me lo permite, seguiré escribiendo cuentos semejantes -aunque los preferiría mejores- para este blog.
DEMENCIA
Querido Eduardo:
He de informarte, amado esposo, de la muerte de tu amante y de la mía propia. Ya no más llamadas telefónicas, ya no más cartas de avión para disfrazar tu vileza, ya no más engaños. Ya no.
Abre nuestro buzón: los ojos que tan ansioso por ver te volvían, yacen en su interior, como mi último regalo para ti. Cuando leas la presente, habré finalizado mi vida con una dosis de tretrodotoxina. Fin de la farsa. ¿Tan ingenua me suponías?
Debes saber que tu adorada Claudia empeñó todas sus fuerzas, gritos y súplicas, en convencerme de mi yerro en su identidad, intentando impedir lo inevitable. ¡Llegó a insinuarme demencia! Pero -como te digo- ya no más engaños. Ya no.
Afirmó, muy veraz en su papel, que había venido desde Francia a visitarte y a conocerme. Voceó, embustera como pocas, que era tu hermana… ¿Puedes acaso creerlo?
Adiós, Eduardo. Nos vemos en el infierno.