Hoy día, a nivel global, está cada vez más de manifiesto algo casi inédito en la historia de la humanidad. El fenómeno movilizador, informador y enardecedor que genera el internet. Si no lo entendemos como tal, y abrazamos, estamos condenados al conflicto. La disponibilidad de información y el ejercicio del poder se han desarrollado de manera explosiva y absolutamente asimétrica, por lo menos, durante los últimos diez años. Esto es inaudito, nunca antes había sucedido, la raíz del tan llamado empoderamiento de la gente: la red global. Esto quiere decir que, a diferencia de antaño, la información se concentra cada vez menos en las elites y cada vez está más disponible. Asimismo, esto justifica un sinnúmero de modificaciones al sistema: la real plausibilidad técnica de utilizar el plebiscito como herramienta democrática; el establecer redes y puntos de recopilación de opinión popular; inscripción automática y voto voluntario; reformas al binominal: en gran medida ese concepto tan mercadeado durante el gobierno de Michelle Bachelet y hoy tan vilipendiado por las elites, el Gobierno Ciudadano.

Asimismo, la comparación radial entre la supuesta intransigencia del movimiento estudiantil, con la intransigencia de los niños cuando no quieren comerse la comida; es penosa. El gobierno no es el padre de la gente, no tuvo, tiene, ni tendrá nunca ese rol. Si alguien creía eso en los 80’s, en este siglo, que se vaya olvidando de la idea. El gobierno está al servicio de la gente, y de llevar el buque a donde a la gente le conviene. El sistema es para y de la gente, les otorga a los políticos y gobernantes: deberes, responsabilidades y la potestad para cumplir con estos. No se confieren o adquieren derechos. Hoy, como nunca antes, se desbarata la concepción de que la elite está ahí para influir con sus ideas en el sistema. Están ahí para poner atención y entender lo que la gente pide y necesita. Para redondear, cómo diría a Hinzpeter, se acabó el tiempo de la elite política. Es el tiempo de la información; el debate; la argumentación; sistemas de integración: el tiempo de la ciudadanía.


Ahora bien, hoy día se dice que un plebiscito sería una medida mala para el país. En la DC dicen que sería un fracaso de la democracia, y Frei teme por la gobernabilidad. Sin embargo, dado el estado de las cosas, cabe preguntarse si el ejercicio de la democracia incorporando métodos participativos sería en efecto un fracaso democrático, un fracaso de los políticos, o un triunfo de ambos y de la gente. El plebiscito es una herramienta, no una forma de gobierno. Y si no podemos usar herramientas que se usaron en dictadura, estaríamos sonados. Olvídense de la reforma a la constitución, al sistema, reajustes de presupuestos, o cualquier cosa al fin de cuentas. Mal que mal, fue el plebiscito el que devolvió la democracia al país, cuándo no se veía escapatoria. Tan malo no es. El sistema es poco representativo y eso nos obliga a buscar métodos más representativos. Así como hace tiempo Coloma trataba de vender que la gobernabilidad había cambiado de manos y estaba en la derecha, hoy día yo le diría que, cómo están las cosas en la alianza, la gobernabilidad ha cambiado de manos. Ha pasado a las de la gente, a las de los políticos y sistemas que escuchen a la gente. Porque el sistema es de la gente y para la gente, no podemos perder eso de vista.

Es como que el estado deje de poner su plata en su banco, el Banco del Estado. Es como que el gobierno guardara los dineros de las carteras, en los bancos privados. En muchos de los personalmente conocidos, apitutados, parientes, asociados, amigos y otros stakeholders de las personas en el poder. Sin embargo, el Banco del Estado carga con una enorme cantidad de empleados públicos, no puede tomar la magnitud de riesgos que toma la competencia porque lo supervisa la contraloría, además debe dar tasas convenientes a las personas. ¿Qué pasa si ocurre lo que en EEUU con los bancos? ¿Qué pasa con la plata del estado? Hacer competir al Banco Estado por los dineros del propio estado, es terriblemente injusto, riesgoso, y no le conviene al país. El Banco Estado es un bien país más allá de lo económico. Asimismo, hacer competir a las universidades estatales con las reglas de las privadas es injusto y no le conviene al país. Hay que volver a la forma antigua, donde no se les pasaba plata a los privados. El sistema pro-inversión privada del tiempo de la dictadura se está viciando, llevándonos al extremo de que tenemos varias universidades como negocio desechable. Esto, lamentablemente implica, carreras desechables y un grave problema social. A esto se le suma la acreditación y el negociado que tienen con los créditos y, por supuesto, los bancos. Además, el estado pareciera no tener interés en la educación técnico profesional, escencial para el desarrollo. El Instituto Nacional de Capacitación, o algo similar, debiese de ser del Estado. La diferencia es que ahora los ciudadanos lo saben.