
Desde que era un crío me gustó aquel laberinto, a pesar de que el guardés de la finca se inventase cuentos de terror y extrañas leyendas para apartar a todo el muchacherío de allí.
¡Cuentos de miedo a mí! Jamás me impresionaron.
Puse la radio, me gustaba escuchar las primeras noticias de la mañana: " Esta madrugada ha sido hallado en el laberinto de la Mansión Shefield el cadáver de otra muchacha salvajemente mutilado. Siguen sin encontrarse pistas del asesino en serie que mantiene aterrorizada a la población..."
"¡Bah!, más de lo mismo. La policía es cada vez más inepta, a ver si alguna vez me dan una alegría y dejan de hacer el bobo" -pensé mientras ponía a hervir el agua para el primer té de la mañana.
Me aseé concienzudamente como cada día y me dispuse a llevar el desayuno a mi padre: "Papá, ahora sí te sentirás orgulloso de mí. Al fin he conseguido que tu amado laberinto sea el lugar que siempre soñaste" . No espero su respuesta. Al abandonar la habitación miro sus cuencas blancas y por primera vez observo en su mirada, vacía de ojos, algo parecido al cariño que nunca me dio.
