Revista Literatura
Pintando aquellos extraños bisontes, en las paredes del salón, pasó varias semanas. No le concedí mayor importancia. Ya el verano pasado, regresando de Egipto, le dio por las pirámides.Tras contemplar las pinturas, hizo fuego con pedernales, construyó afiladas lanzas, abovedó techos con escayola, dejó crecer su pelo y barba y comenzó a vivir en desnudez. Según su terapeuta, son efectos secundarios de la medicación.Intento apoyarle siempre: recogiendo la cosecha de trigo de la habitación de invitados; durmiendo sobre las boñigas de nuestro rebaño de cabras, pero no voy a transigir con su nueva y absurda concepción del sexo como acto meramente reproductivo.