Desaparece

Publicado el 02 febrero 2015 por Isabel Topham
Has vuelto a aparecer en mis sueños y un halo de felicidad envolvía todo mi cuerpo, mientras percibía cómo mi sonrisa se iba dibujando en mis labios poco a poco. Me susurrabas algo al oído, inteligible, que apenas pude entenderte pero escuché lo suficiente para recordar tu voz. A su vez, mi cabeza fue recuperando los cientos de recuerdos que, creí haber perdido.
Mirándome, soñando volver a ti y con el deseo de tenerte cerca otra vez. Un escalofrío recorrió mi espalda, mientras tú aún seguías allí. Increíblemente bien, increíble como la última vez que pude abrazarte. Me seguías llamando a menos distancia que la última vez y, a pesar de oírte menos te pude sentir más. Notaba cómo mi pulso se aceleraba, la voz me temblaba y mis pies se paralizaban. Apenas dos veces escuché mi nombre, y en dos veces me intimidaste; gritando mi nombre con las mismas ganas de volvernos a abrazar, soltarnos mientras estamos enlazados el uno al otro cuando mi imagen se proyecta en tu mirada perdida una vez más. Nos quedamos un par de minutos en silencio, sin saber qué decir, limitándonos a mirar únicamente a quien teníamos delante. Aún atónita del momento, no era consciente de presenciar aquella escena que desde hace mucho quise vivir contigo.
Sin embargo, pude ver cómo al poco tiempo fuiste desapareciendo entre la niebla del paisaje, en el vaho del recuerdo, y cómo mi vida se fue disipando al romper en lágrimas y dolor, llena de impotencia, acurrucándome en el suelo y protegiéndome entre mis rodillas al mismo tiempo que me balanceaba suavemente. No alcé la vista del lugar por donde te marchaste y, en nada, desapareciste. Sin tener el valor de levantarme y salirte a buscar, correr hacia ti y detenerte, lloraba eufórica de volverte a ver mientras tú seguías allí, en el mismo lugar, misma postura y feliz. Llegaba, y te ibas.
Conforme llegaba al lugar de reencuentro, te encontraba más lejos de donde realmente estabas. Contrarrestabas mis dudas y pensamientos, llenabas mi alma de lágrimas huecas de dolor. Me encontraba en un laberinto sin salida, queriendo huir de mí, de ti, del mundo y de, básicamente, aquel horripilante lugar pero ni siquiera podía gritar tu nombre en voz baja. Estaba atrapada en el tiempo, en un lugar que, anteriormente, me pareció el edén, el paraíso centrado en la lujuria.
Podía percibir tu voz a centímetros de mis espalda, rozando casi por completo tus labios en mi oreja. Ahí, me hablabas y me sonrojaba bajando la cabeza cuando sonreía tímidamente, mientras tú permanecías en silencio limitándote a observarme y sin saber muy bien cómo llamar tu atención, estrujé un vaso tan fuerte debido a la rabia y locura que me confundía que me avisó el estallido de que lo había roto. Por suerte, no era de cristal y, ensimismada, pensé por unos instantes en la diferencia de éste y mi corazón. Ambos, frágiles y rotos, sin intenciones de reparo ni arreglo alguno. Hay algunas veces que la única solución es ventilar una herida para que deje de escocer, otras dejarse morir para volver a vivir.
Estoy aquí, tranquila. Me susurrabas mientras me veías llorar desconsoladamente sin conocer los motivos de mi locura interna.

Ven, ven a mí. Te estoy esperando. ­Gritabas manteniendo a su vez la distancia, sin venir a buscarme, sin hacer ninguna mueca ni movimientos que me percatase de tu presencia o, simplemente, de saber dónde o cómo estabas. Salí corriendo, sacudiéndome las lágrimas con una mano y volviendo a ser feliz.

Te quiero. Decías, una y otra vez, cuando ya no estabas; ni te preocupabas en absoluto por mí. No podía creerlo, seguía sin dar crédito a lo que mis ojos me hacían ver, mientras que mi vida estuve a flor de piel en cuanto a sentimientos y alegrías, la razón cayó en la duda de si era real o, simplemente, producto de mi fantasía.

Cuando alcé la voz para demostrar que no estaba loca, te vi desaparecer de delante de mis narices de manera fugaz, cruel y ficticia. Viéndome llorar, tirada en el suelo, rendida, y débil. No pude frenar el miedo a sentirte otra vez, y con todas mis fuerzas expulsé toda mi ira con tal de no volverte a ver más.
Desaparece- Grité, implorando, en mitad del campo, intentando ocultar el negro rímel corriendo por mis mejillas.

Y tú, seguías ahí, sonriendo y sin hacer nada por cambiar la situación. Poco a poco, fuiste desapareciendo lentamente de delante de mis narices, aunque la distancia era mayor entre ambos ya, sin intenciones de volvernos a juntar de nuevo ni de volver a sentir.
Desaparece.