El lunes el post de Ana me dejó con una sensación un tanto amarga, primero porque mientras lo leía iba dándome cuenta de que había dejado de ser la persona confiada que siempre fui; y segundo porque me daba la impresión que quizás podría haber transmitido esa sensación a mis hijos inconscientemente, y eso me parecía mucho peor todavía.
Tenía mucha razón Ana al afirmar que la desconfianza es un sentimiento contagioso, que uno empieza a desconfiar de los políticos y al final acaba desconfiando del sistema en general y de todas las demás personas en particular. Ya sea por desconocimiento, por falta de información o por ese terrible efecto osmótico que tiene vivir en sociedades civilizadas y seudo-informadas.
Recuerdo que siempre fui una persona confiada, quizás en exceso, me lo creo casi todo y se me puede tomar el pelo con facilidad, pero sobre todo, siempre me moví por el impulso de que todo el mundo era bueno a menos que demostrara (ostensiblemente) lo contrario. Pero reconozco que desde hace años hay cosas que ya no me creo, directamente y de entrada me causan desconfianza. Y eso me molesta.
Es terrible que estemos transmitiendo esa desconfianza a las generaciones futuras. A veces son comentarios que parecen intrascendentes, ante una persona pidiendo en la calle, ante un vendedor que intenta convencernos, un político que habla por la televisión, un nuevo fármaco que cura algo… la idea que se transmite es la de “no hay que fiarse de nadie” con lo que produciremos una generación de personas demasiado escépticas e individualistas.
Yo misma sufro esta especie de exceso de suspicacia en mi trabajo. Mi profesión se basa en la confianza del cliente, sin esta da igual lo que haga, lo profesional que sea, la antigüedad en el trato o los problemas solucionados en el pasado, una vez que se pierde, es muy difícil recuperarla. Y cada vez hay menos, no porque se pierda por algún error o mala gestión, sino porque nunca llegó a haberla de verdad y es terrible trabajar sabiendo que los clientes creen que les vas a engañar a la mínima de cambio.
Así que estoy intentando rebobinar, mantener mi espíritu escéptico inconformista pero dejando mucho sitio a la esperanza y la confianza.
O como dijo un tal Summers: To er mundo é güeno.