Revista Diario

Descubre al ruin de tu vida

Publicado el 30 septiembre 2014 por Rubén Rubén García Codosero @RCodosero

Descubrir al ruin de tu vida, esa persona que se manifiesta en el filo raso de una amistad prefabricada, ese ente vivo que se viste de apellidos o de pretensiones que atan como una débil cadena de papel maché. Para descubrir al ruin solo es preciso años de experiencia, de traición, de sentirse solo y rodeados de líneas de teléfono que comunican. Un ruin en tu vida solo trae herrumbre y mezquindad. No es el ejemplo de la manzana podrida en un cesto, es la persona que envidia la manzana podrida, la manzana sana y el cesto. Y eso es culpa de su infelicidad, de no saber mirar para sus adentros, de no encontrar el sentido a su corta existencia.

Una amistad no se apalabra en ningún registro mercantil, ni tampoco viene garantizada con una cédula de nacimiento. La amistad se fragua y se suelda con los momentos difíciles, cuando la marea está baja y nuestro buque raspa con la panza, el frío lodo que impide que fluyamos libremente por la bahía que nos ofrece nuestra vida.

Un ser ruin no solo atesora dividendos en cuentas y depósitos bancarios. Un ser de esta índole atesora abrazos, momentos y sonrisas, celebraciones y halagos. Los encapsula en blindadas cajas de hierro rodeadas por apretadas cadenas de orgullo y miedo.

Yo no envidio a quién colecciona joyas de alta gama, ni dormita en grandes mansiones, yo no le envidio, solo admiro a quién se levanta todas las mañanas y nunca pierde la sonrisa. Todo lo demás es atrezo que te pone la vida, indumentarias que nos sirven a nosotros no nosotros a ellas. Tampoco envidio coches deportivos, ni juzgo ni admiro a sus dueños, si acaso si envidiaría a un Herbie o aquel viejo utilitario hindú que utilizara Gandhi para uno de sus simples y cercanos desplazamientos, o aquel viejo y terrible camión que llevó a Ana Frank a su tren de la muerte, ya que su cansado motor con su ronroneo quisiera haber huido con los prisioneros, a ser dirigido a esa terrible estación. Quizás confortó a Ana, quizás a cualquier prisionero, quizás a su conductor asustado o sin conciencia de lo que realmente hacía.

Son los detalles del mundo lo que me maravillan, los pequeños milagros diarios, las maravillosas casualidades, los encuentros, las personas que me dan aliento. Ya no tengo pasaje ni de tercera para el ruin, para el que hubiera ignorado el utilitario de Gandhi, para el que hubiera agachado la cabeza al pasar el camión de Ana, para el que me hubiera envidiado por dejar caer una lagrima al verme sobrecogido mirando  cómo se  pone una tarde, el sol por el horizonte.

Rubén García Codosero

KennedyNo podemos negociar con aquéllos que dicen, “lo que es mío es mío y lo que es tuyo es negociable”

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