Revista Talentos

Descubriendo a Cesária Évora

Publicado el 25 marzo 2013 por Perropuka

Descubriendo a Cesária ÉvoraFue por pura casualidad. Presa del aburrimiento, una de esas tardes de domingo, donde no dan ganas ni de ir al fútbol, porque resulta que uno se ha empachado toda la mañana con las Ligas europeas, así que la liga local ni por televisión abierta vale la pena. Hay que ser masoquista para seguir el insufrible fútbol nacional, una santa misa tiene más emoción. Sólo para redomados fanáticos e incondicionales que conciben el mundo con forma de un balón. Higiene visual ante todo. Los ojos necesitan descansar de la pantalla. Hete ahí, mientras incurría en el ultimo zapping -vicio al que, dicen los estudiosos de la vida ajena, que los varones somos más propensos- de la tarde, pillé en el canal universitario un concierto de esos que esporádicamente pasan entre horas y horas de películas y documentales. 
Para mi mala fortuna llegué tarde. Apenas un par de canciones pude deleitar: una era la clásica “Bésame mucho”, famosa desde la época de mi abuelita. La otra, en un portugués raro, inentendible, de esos que llaman criollo, por lo que deduje que la señora rolliza que la cantaba debía ser brasileña, ya que el video no mostraba los créditos. Yo estaba en la nebulosa, completamente extasiado por esa voz que a momentos me recordaba a Billie Holiday, Chavela Vargas y Edith Piaf. No sé mucho de música, pero hay ciertos patrones que se repiten en gente que ha sufrido mucho. Sólo esta gente sabe cantar su tristeza. El resto sólo vivimos para contarla.
Tal vez a algunos les suene extraño mi tardío conocimiento de esta excelsa cantante caboverdiana, sobradamente conocida en Europa y fundamentalmente en el mundo de habla portuguesa, como acabo de leer. Pero entiendan mi situación: treintañero, poco afecto a la bohemia y su círculo de atletas del tabaco,  habitante de un país mediterráneo y recóndito,  donde las pavadas de un cacique-brujo-filósofo-guerrero- son dogmas de fe. Un país tan encerrado entre montañas, que ni los surazos de la Patagonia pueden atravesar, mucho menos los aires musicales de otras partes. (Digo bien, música, no esa bazofia ruidosa y/o sensiblera que  los mercachifles inundan el mercado global, o el reinado del canto a la tonteríacomo denomina Alberto Salcedo Ramos). No tenemos ni una sola radioemisora que difunda la música de los otros, porque como buenos hijos del país del ombligo, nos atiborramos de música local, con la excusa de que hay que saber apreciar lo nuestro aunque parezca el sonido de una lata retumbando en el pavimento. Bendito sea el que haya inventado Internet, a quien gustoso le pondría un par de velas si es que ya se ha muerto. 
¡Oi Cabo Verde terra estimada!... al escuchar estos versos iniciales pienso en la tremenda añoranza que deben sentir aquellos estudiantes que han dejado sus islas, sus playas, sus arenas blancas, para venir a parar a este sitio tan lejos de Dios y tan cerca del precipicio que es Bolivia. Qué mueve a esta gente joven a proseguir una carrera universitaria en el país con los peores índices educativos de la región, me preguntaba en un primer momento, al comprobar que los esbeltos africanos se hacían parte de mi paisaje cuando antes eran una rareza manifestada por ocasionales corredores de maratón. La respuesta me apareció al primer atisbo de reflexión, no hacía falta consultar en hojas de coca: simplemente, ellos seguían la estela de sus primos brasileños.
Hubo una época, harán unos veinte años, que a Bolivia -y especialmente a la ciudad de Cochabamba-, llegaron oleadas de estudiantes brasileños que llenaron las aulas de universidades privadas recién creadas. Hijos de familias relativamente pobres que no podían costearse los estudios, especialmente de medicina y odontología, carreras que demandan un mayor presupuesto. Dado el menor costo de vida en territorio boliviano, es perfectamente natural que gente de Cabo Verde haya llegado de rebote, pasando por Brasil o, en algunos casos, directamente. Así, no es raro que tengamos universitarios chilenos y peruanos. Se dio incluso el insólito fenómeno de estudiantes surcoreanos en busca de un título de medicina, aún sin tener un español entendible.
Dejando las aguas turbias y procelosas del negocio de la educación, deseo volver al mar azul que cantaba Cesária Évora, la diva de los pies descalzos como la bautizaron por su costumbre de salir al escenario a flor de pies desnudos. Jodido debe de ser para un país obligar a sus hijos a buscarse la vida en otras partes, y hacer de la nostalgia una enfermedad incurable. Doloroso invocar una tierra verde cuando la realidad dice otra cosa,  a consecuencia de siglos de sobreexplotación que han condenado al archipiélago caboverdiano a constantes sequías y desertización paulatina. Los humanos vivimos de mentiras y recuerdos, como sucede con el barrio cochabambino llamado Valle Hermoso donde apenas se divisa algún árbol en un bosque de casas apretujadas, rodeando una metálica y bruñida refinería de petróleo.
Quién mejor que ella para desgarrarnos el alma con su sodade o saudade, un sentimiento que va más allá de la tristeza, de la pérdida, del abandono, del desarraigo y otras sensaciones que desafortunadamente nuestra lengua, con todas sus variaciones, no puede encontrar equivalencia exacta. 
Escribir sobre música se hace ejercicio casi improbable y vano a la vez. No puedo describir que una canción me sabe a cierta textura terrosa, ferrosa o afrutada, con tonos silvestres o aire de otoño, como suelen describir los especialistas un buen vino o un bocado exquisito. La música es alimento para el alma y eso es imposible de describir. Cada quien la siente según su parecer. Según la vida que nos toca vivir.
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PS. He aquí algunas canciones notables, cortesía de Youtube:
  • Tudo Tem Se Limite
  • Miss Perfumado
  • Petit Pays
  • Cabo Verde Terra Estimada

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