Desde adentro

Publicado el 09 mayo 2015 por Alsegar

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   Capítulo 1.
En algún lugar de aquella España una grande y libre, aproximadamente sobre el año 1972.
El niño tímido y acomplejado miraba las estrellas desde el balcón de su casa, soñando con un futuro de sonriente fama. Haría grandes cosas que fascinarían al mundo, que asombrarían a los que se burlan de él, a los que le esquivan, a los que nunca le escogen cuando en el patio hacen los equipos para jugar a futbol.
En ese futuro de fama y admiración, las más hermosas mujeres perderían la cabeza por él, y no podría poner un pie en la calle sin que de inmediato se viese rodeado por un nutrido círculo de admiradores suplicándole un autógrafo.
Desconocía en sus sueños cual era el motivo de su éxito; qué grandes películas habría rodado, qué imprescindibles libros habría escrito, o que asombrosos lienzos habría pintado; pero era rico y famoso; un héroe para muchos. De eso estaba seguro.
El niño introvertido y solitario dejaba volar su imaginación fantaseando con nuevas y variadas prácticas de tributo y respeto hacia él. Triunfaría. Estaba convencido de ello. Se lo decían las estrellas; se lo decía la agradable brisa que acariciaba su rostro en el balcón de su casa, mientras se entregaba a sus pomposas quimeras en las plácidas noches de primavera.
El niño dejaba de soñar cuando escuchaba la voz de su madre reclamándole para la cena. Él acudía raudo a la autoritaria llamada de la madre que decidía que ropa vestía, como debía peinarse, y que actividades extraescolares le convenían. Esa madre dominante y totalitaria a la que la dictadura había convertido en reina de su casa. Esa madre que aun siendo una niña tuvo que abandonar la escuela para cuidar de una legión de incontrolables hermanos, teniendo que ingeniárselas para aprender a cocinar para una decena de bocas y a remendar una y otra vez las mismas decenas de pares de calcetines.
Esa madre encerrada en una vida sin perspectivas, cautiva como mandaban los cánones de la época a una respetuosa sumisión al marido al que siempre debía tenerle planchadas las camisas y limpios los calzoncillos, era la que pretendía decidir el futuro de su hijo con bien poco criterio y todavía menos entusiasmo.
La inseguridad del soñador niño encontraba cobijo bajo el ala protectora de la testaruda madre cocinera, costurera, y hastiada ama de casa. Eran tiempos en que las familias cenaban juntas frente al televisor en blanco y negro; aquellos con la primera y el uhf, viendo el manipulado (en eso no se ha cambiado mucho) telediario, los episodios de Ironside, Los payasos de la tele, o el revolucionario concurso Un dos tres… responda otra vez, y su inolvidable calabaza Ruperta. En casa del niño soñador todos escuchaban respetuosamente al cabeza de familia cuando explicaba durante la cena alguna anécdota de su empleo o del pluriempleo. Después le tocaba el turno a los chismes de la madre, sobre si ya había muerto el marido de la Paquita, la barra de pan había subido dos reales, o la vecina del tercero se había comprado una nevera con congelador. Al abuelo, que por edad ya estaba de vuelta de todo, lo único que le importaba era si le faltaba sal a las judías, o que cayese vino de la bota cada vez que la levantaba para beber.
Los años han pasado. Hace mucho que las estrellas no le hablan al que fuese un niño soñador, y aquella suave brisa primaveral se convirtió en un vendaval que le empujó hacia lo desconocido; hacia la verdad en la que no existen angelicales alas bajo las que protegerse; hacia los restaurantes de comida rápida y los calcetines que ya no se remiendan. Aquel niño quedó solo en un recuerdo a cámara lenta, una postal en blanco y negro, desde el día en que tuvo que dar su primer paso a ciegas sobre el borde del mundo de los cien canales de televisión y de Internet.