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Desde cubierta

Publicado el 25 octubre 2012 por Tarrou
Las ondas del oleaje tienen algo hipnótico. Cabalgando sus rizos, subimos y descendemos por espirales de cielo, suavemente en noches despejadas como hoy, entre fragor de hierros, tormentas y precipicios de agua, a veces. Pero exagero. No he sufrido ninguna tormenta así. Y bien que lo agradezco. Las estrellas lucen brillantes, enseñoreadas de la falta de competencia eléctrica. Su baile marcó los surcos invisibles que otros muchos recorrieron con ilusión y nostalgia, creando estelas desagradecidas y cicatrices azarosas.
La noche es plácida. El rumor acompaña pensamientos dispersos bajo un ritmo melifluo y arrullador. Quizá las sirenas de Ulises fueran estas olas nocturnas, cuya escucha aleja y parece liberar. Pero sé que dar curso a los pensamientos solitarios sobre la cubierta tiene un puñal postrero escondido, como espuma furiosa rompiendo contra una pared de roca. Ese es el espolón de aquellas sirenas.
Debe estar sentada en su cocina. Quizá algo somnolienta y dulce, como siempre. Cuando la imagino, acabo escribiendo una carta de pensamientos que bailan con las volutas de un cigarrillo trémulo, envueltas en vientos poderosos que las desbaratan. Entonces, se derraman y caen, inconexos, como la lluvia fina, que golpea donde quiere.
Y que voy a decir. Sólo acuden a mi pensamientos simples, palabras gastadas que relucen de nuevo al calor de la herida de la pérdida. Te extraño. Hace frío. El mar es bello (no logro feminizarlo, supongo que su imagen temible puede más en mí que su dulzura). Pienso en José Luis Perales cuando veo las putas gaviotas y las oigo graznar aparatosamente. Las nubes son más veloces que tierra adentro. La maquinaria llora, crujiendo, por la noche. Y avanzamos y no sabemos cuando acabará este viajar. El viento arrasa la cara y el salitre arde en los labios. Las luces palpitan más aquí. No sé si me acordé de apagar todas las luces al salir de casa (que disparate más recurrente) Algún día llegará la tormenta. Veo tu rostro a veces, lo guardo de cuando no me mirabas. La brisa sobrevuela como un ángel benéfico la noche plácida.
Y sólo ha sido mi intención, por si algún día mis manos escriben una carta torpe que trate de enlazar estos hilos deslavazados y urdir un cesto con ellos, que supieras que recuerdo lo mejor (el olvido sólo se llevó la mitad...vaya noche con las canciones de los 70). Que aquí la vida es simple y grata, pero a veces me pregunto que hago aquí, encerrado en unos metros cuadrados entre la inmensidad. Que los amaneceres del gran sur te gustarían. La luz se agrupa en franjas y la luminosidad crece y declina como una sinfonía muda. Que la comida no es tan mala como parece los 8 primeros meses. Que la lluvia desampara más. Que no hay mejor sensación que sentir el sol evaporando las gotas saladas que el mar te echa encima. Que sigo sin hallarme entre tantos instrumentos eléctricos, y espero no mandar esto a pique por equivocarme de botón.Que aprendí que no hay ninguna frontera más allá de las que el agua impone. Que recuerdo y agradezco hasta la felicidad cada segundo de estancia junto a tu sonrisa. Aún deja estelas en la noche.
El barquito reptaba trabajosamente sobre la espalda erizada del mar. El horizonte perdía estrellas engullidas por nubes umbrías, y la presión atmosférica decrecía, según decían otras voces a sus espaldas. Quizá había llegado la hora de variar el rumbo hacia el oeste. Tras escuchar por decimoséptima vez la misma canción de Camilo Sesto (al menos no es "Mola mazo", se consoló), una súbita melodía sorprendió a los tripulantes y los hizo callar, acunados por una voz y una música sabias y plenas de vida.  Y escuchando, volvió a su hogar, con ella. 


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