Desde día -7 me decía, no sientas nada, acuérdate que ésto pasa como agua, cómo es truculenta el tiempo. No me permití entusiasmarme, no me permití sentirme invadida por ese conocido sentimiento, como si todo fuera a durar para siempre.
Mi mamá, mi querido hermano. En efecto, de repente estás ahí a dos horas de finalmente irte y duele algo chistoso, como si la soledad tuviera un músculo. Ya lo he ejercitado bien, tan bien que no me duele mi cumpleaños o navidad o nada, pero se siente anestesiado, sé que es un lugar sensible, no le permito palpitar, no le permito decirme nada.
Vi a Roberto este verano, dice que encontró el amor de su vida, y lo veo ahí con su saco beige y su blanca sonrisa que de verdad le creo. Yo pienso en el agradable piso amarillo, las pinturas, Luis e Iggy. Con miedo de las cosas que te aplastan y te ahogan, el wey del metabolismo dice que es mental y cada vez que escucho eso pienso que todas las cosas que son mentales son elecciones y eso me da esperanza, los pensamientos generan sentimientos y estados y si aprendo a controlar mi cabeza, supongo que seré feliz.
Tengo fe en nosotros, tanto que puedo acallar todas esas voces neuróticas diciendo, tú qué haces ahí, creo en ti y que eres un hombre maravilloso que mientras más paciencia y tiempo le dedique será más grande e increíble. Tú y yo hemos crecido juntos, nos hemos pulido juntos, hemos abrazado los tiempos de crisis y hemos decidido ser felices, seguir adelante, las dudas, las elecciones. Me pregunto qué sigue.