El fuego besa mi alma
mi pecho
tu casa, la de mi vecino.
El fuego tiembla y llora hambriento,
estremecido por su propio horror,
el fuego levanta las manos y blande su espada
y gime desolado
mientras huele la sangre de la tierra.
Ignominia de un mamarracho,
de un enfermo
que mientras las lenguas de este fuego
asolan su país, mi país, tu país
juega con sus ansias de poder
y no sabe, ni siquiera
ser hombre.
El fuego tiene casi tanta boracidad como el INÚTIL
y destruye lo que ayer fue verde,
paraíso,
sueño de todos.
Pido de rodillas, imprecado
la extinción de este fuego
y la de todos los inútiles.
Pido la lluvia a gritos,
que Dios o el Diablo
manden un aguacero capaz de apagar el fuego
el fuego y este horror.
Rubén Callejas