Revista Talentos

Desorden

Publicado el 29 junio 2015 por Isabel Topham
Vivía en un ático con vistas al mar, en un desorden caótico, y sin ascensor. Por fuera, aparentaba un chalet de los que no le faltan absolutamente de nada. Pero, la verdad era otra. Era un pequeño estudio con cocina y baño integrado, y una cama que había comprado él mismo. La mesa que estaba pegada a la cama, la cual era a su vez sofá (no precisamente porque lo fuera, sino porque le dio aquel uso), siempre estaba a rebosar de cosas. En una esquina había un cenicero repleto de colillas, y por esparcidas por todo el espacio que podía haber en la mesa estaban cinco o seis botellas de alcohol de la fiesta anterior, también podía haber algún que otro post- it de color amarillo, sin ni siquiera estar pintado o decir nada. Por alguna que otra esquina estaban sus guitarras, siempre en algún "orden" algunas veces, las que utilizaba con mayor frecuencia estaban todas juntas en la esquina derecha frente a la cama; otras, cogía la primera que tuviese más a mano para tocar. También se podía ver por allí tirado el piano, el más barato que podía haber en el mercado, de unos 89€, y no segunda mano. Sin embargo, los soportes, adaptadores, controladores, pedales y los pocos complementos que podía tener para éste, estaban tirados en un pequeño rincón del suelo del estudio. Por su parte, las paredes estaban cubiertas de posters y recordatorios, entre los que se podía ver un calendario en el que tachaba cada día que pasaba.
Nunca llevaba a nadie a casa, y no sabía si por vergüenza a su manera de vivir o la incomprensión de vivir cómodamente allí; ya que siempre que había llevado a alguien, le reprochaban lo mismo: Cómo puedes vivir aquí, en este desorden. Yo me volvería loco para encontrar cada cosa. No podría. Y nada más terminar de decir la frase, se largaban de allí dando un portazo. Su vida era un auténtico desorden, y eso ya lo sabía, pero no por el orden material que presentase al resto sus cosas, o el resto lo interpretase siempre de esa manera, sino por el barullo de trabajos y chanchullos que debía de hacer para empezar a vivir de su sueño. Ya estaba harto de que todos le dijesen siempre lo que tenía que hacer, y que así nunca iba a llegar a ningún sitio. Que, primero, tenía que empezar por ordenar un poco el estudio que tal y como está ahora mismo no sé ve ni el suelo, y hasta se duda en si se tiene ventana o no. Notaba que nadie le comprendía, y lo peor de todo es que las críticas acaban siempre doliéndole a uno mismo. Acaban con uno mismo. Acaban siempre cediendo la razón a quien menos la tiene.
Todo desorden social conlleva un orden personal.

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