Revista Literatura

Despertares

Publicado el 17 mayo 2011 por Gasolinero

En el patio de la casa de los vecinos de la derecha, o la izquierda según se mire, hay un árbol de esos que solo valen para dar sombra, tal vez un olmo, inmenso. Es tan grande y crece tan deprisa, que varias veces les ha tenido que reclamar que poden las ramas que por encima de la medianería, se meten dentro de su propiedad. El código civil es muy detallado y versado sobre esas materias y no deja nada al azar, avisando de quien debe podar el árbol o de quien son los frutos que sobresalen por cima del tabique medianero, tiene incluso signado el citado fuero, a quien pertenece un tesoro encontrado en donde fuese. Este olmo está infectado de pájaros que en primavera y verano, cuando sale el sol, empiezan a piar, escandalizando sin piedad. Este enjambre le hace despertarse cuando pinta el día. Sobre el piar de los gorriones y vencejos destaca el arrullar desconsolado de varios palomos. Al principio creía que ese sonido procedía de la garganta de algún ave rapaz, el chillido de algún águila o gavilán, o el ulular de una lechuza o mochuelo. El canto de la lechuza es por estas tierras presagio de muerte.

El tumulto pajareril, como digo, le despierta indefectiblemente todas las mañanas al despuntar el día. Intenta mantener los ojos cerrados para prolongar la imposible continuación de la narcosis, incluso seguir el último sueño en donde lo interrumpieron los aviares graznidos. La vecina de la izquierda, o de la derecha según se mire, trabaja por turnos. Cuando está de mañana madruga casi tanto como las avecillas. Tiene una peculiar forma de realizar las abluciones matinales, abre el grifo un instante y lo cierra. Así cientos de veces mientras dura su aseo. A nuestro protagonista le resulta muy entretenida, a esas horas de la madrugada, esa sinfonía de sones tan particulares y molestos que le recuerda a la música contemporánea, no obstante intenta volver a conciliar el sueño y sigue con los ojos cerrados.

A los pocos minutos da por perdida la posibilidad de volver a amodorrarse y aún sin abrir los ojos, opta por preparar mentalmente el día que empieza, intentando organizar los asuntos pendientes, otras veces regresa al pasado y termina siempre buscando ese recodo del camino que no debería haber tomado. Mientras, sigue el griterío y el ruido de las cañerías. Si nuestro protagonista escribiese, seguramente sería cuando pergeñaría sus relatos, pero es incapaz de mantener una linealidad en sus pensamientos. Ese que está sentado en el lobby y que esconde su rostro tras un diario, ese que siempre esta ahí, ese es el espía.

Finalmente decide abrir los ojos, dando por terminada la noche, se recrea entre las sábanas y los graznidos, piares, ululares y arrullos aumentan paulatinamente el tono. La vecina ya se ha ido y los pensamientos fluyen también más deprisa, pero menos que los silbidos. A la puerta de un rico avariento, llegó Jesucristo y limosna pidió y en lugar de darle la limosna, los perros que había se los azuzó. Recuerda cuando vio a la Niña de la Puebla, en la Casa de la Cultura, en un acto patrocinado por una caja de ahorros, alta y con gafas negras, el aforo completo, la mayoría viejos que le pedían insistentemente Los Campanilleros. La edad y los nervios le hacen levantarse varias veces, cada vez que vuelve a la cama busca el frescor de las sábanas, algún milímetro de tela que haya quedado libre de contacto, pero es imposible.

Por fin llega el momento de levantarse y nuestro protagonista vuelve a pensar que si fuese escritor, en ese rato enjaretaría sus historias.

www.youtube.com/watch?v=2RvrcmU06w0


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